Por Rafaela Polanco y Carolina Pérez
Las condiciones sociales y de desarrollo de la sociedad moderna determinan la invisibilidad de la naturaleza y de la mujer, fundamentalmente, en este segundo caso, en lo que respecta al trabajo femenino no asalariado, a las actividades de reproducción y cuidado de la vida. En cuanto a la naturaleza, mientras se mantengan los ciclos vitales como procesos ecológicos esenciales y su continua disposición al servicio del hombre, más invisible se torna. La alteración de ambas es violenta y visible; el equilibrio y la armonía se experimentan, no se ven.
Este 8 de marzo de 2020 avanzamos como ecofeministas, porque entendemos que no habrá subsistencia si no ponemos atención a las consecuencias naturales y sociales del calentamiento global de la atmósfera, la destrucción de los ecosistemas y los hábitats para toda la humanidad y las especies, pero especialmente observando cómo esto afecta diferencialmente a las mujeres.
Se hace necesario entender que la marginación y desigualdad de condiciones para las mujeres, se vincula directamente a la crisis socioambiental. La distribución de daños y los peligros de un medio ambiente destruído, afectan a partir de las diferencias de nuestra particular anatomía corporal sexuada y a partir de las posiciones que ocupamos en la desigualdad económica, étnica, segmento etáreo, escolaridad y educación, oficio o empleo y en otras esferas de nuestra vida, como la reproductiva y salud; la amenaza ecológica arriesga nuestras vidas y la de toda forma de vida en la tierra.
La pérdida y degradación de los ecosistemas comunales y la biodiversidad local por el extractivismo, la privatización y el mercado globalizado, dañan las fuentes de recursos naturales, de los que dependen directamente las mujeres, sus familias y comunidades en las economías rurales de subsistencia. El riesgo climático y ecológico es mayor para muchas mujeres pobres, cuyos medios de vida y bienestar dependen del acceso a los recursos ambientales locales. La capacidad adaptativa y de mitigación al cambio climático, depende del acceso a los recursos naturales básicos, como son los derechos de propiedad sobre las tierras, el dinero, los créditos económicos, el nivel de autonomía, la buena salud, la libertad y movilidad personal, la propiedad de vivienda y tierras, la seguridad alimentaria. Las mujeres constituimos el mayor porcentaje de las personas más pobres del mundo, con menos recursos y menos libertades y derechos, somos también las más afectadas ante las lesiones y amenazas climáticas.
Las tierras fértiles, las fuentes de agua, los bosques, la leña, el forraje para animales, las plantas medicinales, el alimento, los recursos ambientales locales representan el sustento y bienestar de millones de mujeres y familias alrededor del mundo, ¿qué pasará cuando sus fuentes de subsistencia se agoten?, pues ya se ven amenazadas.
Precisamente han sido las mujeres provenientes de zonas rurales e indígenas, de familias pobres las que resultan afectadas de forma más perjudicial y son ellas las que han participado activamente y encabezado los movimientos ecológicos.
Como ecofeministas nos sentimos comprometidas con la Tierra y con los seres y con todos los ecosistemas de la misma. Defendemos los valores y las políticas guiadas por los cuidados compartidos y las relaciones cooperativas hacia los humanos y hacia el resto de seres bio-diversos.
No podemos continuar malgastando energía, ni explotando a los espacios bioproductivos de las demás especies sin saber que la desproporción de esta acción, nos juega en contra.
¿Qué hacemos en este escenario? El trabajo no remunerado es una de las razones principales de la feminización de la pobreza. El cambio climático exacerba esta carga en las tareas de cuidado al mismo tiempo que las afecta más por ser más pobres. Un círculo vicioso que no va a parar si no lo frenamos. ¿En qué nueva dirección ajustamos las velas? Integrar los diagnósticos en común entre las distintas corrientes feministas y ambientalistas, un proceso que ya ha comenzado en la academia y en otras partes del mundo, parece el rumbo a tomar. Esto se traduciría a la práctica en forma de apoyo recíproco en las movilizaciones y propuestas de políticas públicas con esa línea común. La potencialidad de esta sinergia puede verse plasmada en una estrategia de acción conjunta. Y, en el horizonte, una forma de organización social más justa, más inclusiva, más sustentable y, sencillamente, que sea viable para todas y todos
Bibliografía
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