Vía Explora Conicyt
Desde que comenzamos a conocer los alcances de esta pandemia, la tercera edad fue identificada como la población de mayor riesgo frente al contagio de COVID-19. Hoy, la recomendación para ellos es aislarse socialmente, pero hasta ahora desconocemos las implicancias psicológicas que esta automarginación pueda tener. Hablamos del miedo, estrés, ansiedad e irritabilidad, entre otros. En este contexto, el desafío es doble: ¿Cómo fomentamos el aislamiento social sin transformarlo en soledad para la tercera edad? Acá algunas recomendaciones.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el estrés como un conjunto de reacciones fisiológicas que se presentan cuando una persona se somete, por factores internos o externos, a un estado de tensión nerviosa y que no es capaz de manejar de buena manera. Lidiar con estos factores no es fácil, considerando además las limitantes propias que puede significar una avanzada edad.
“Si bien el coronavirus no ha contagiado a toda la población, sí ha impactado psicológicamente en cada uno de nosotros. El miedo y la incertidumbre sobre cuánto durará esta emergencia y cuáles serán sus efectos, son actualmente una importante fuente de estrés para la gran mayoría de nosotros”, señala Daniela Thumala, doctora en Psicología e investigadora del Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo de Chile (GERO).
En este sentido, el estrés gatillado por el Coronavirus se asocia a diferentes aspectos de esta epidemia, algunos más controlables que otros: “¿Qué tanto puedo hacer para evitar contagiarme? ¿Me atenderán a tiempo en el hospital? ¿Por cuánto tiempo tendré que aislarme? ¿Me voy a deprimir?. “El primer consejo es identificar cuál de ellas se pueden controlar y cuáles no”, asegura Thumala, quien recomienda reconocer y asumir la incertidumbre, “pues cuando no podemos cambiar una situación, sólo podemos ajustarnos a ella”.
El principal error es negar o evadir la situación
Para los especialistas es mejor permitirse sentir miedo o angustia como parte inicial de un proceso de elevado estrés emocional, para luego socializar estas emociones, buscar contención y, de esta manera, comenzar a regularlas.
“Un error común en la sociedad es creer que la mayoría de las personas mayores tienen menos recursos psicológicos de lo que realmente poseen. La fragilidad física, propia de la vejez, no es sinónimo de fragilidad psicológica, esta puede presentarse a cualquier edad. La mayoría de ellos posee recursos psicológicos para enfrentar situaciones de estrés. No olvidemos que vienen aprendiendo durante toda una vida, tienen más práctica y llevan más años enfrentando situaciones que no pueden cambiar”, explica la investigadora de GERO.
El verdadero desafío ahora es lograr que el necesario aislamiento social, que busca resguardar a las personas mayores, no se transforme en una sensación de soledad. Para ello, su círculo más cercano debe tener una actitud planificada, con un contacto sistemático vía telefónica hacia personas cercanas de la tercera edad. Establecer rutinas que aseguren cuándo y a qué hora los llamarán, buscar formas de hacerlos sentir tranquilos, transmitirles que no les faltarán alimentos o medicamentos durante su cuarentena y, por sobre todo, generar espacios de conversación sobre temas cotidianos que no estén relacionados con la pandemia.
“Gracias a la tecnología, estar aislado físicamente no significa quedar aislado socialmente. Habiendo comunicación hay interacción y contacto social. Es fundamental el contacto que permiten los dispositivos de comunicación virtuales, incluyendo el teléfono. Ayudarlos a mantener rutinas, aprovechar de realizar tareas gratificantes o que están pendientes en casa los mantendrá activos y ocupados”, recalca Daniela Thumala.
Recomendaciones para adultos mayores con trastornos cognitivos
En el caso de adultos mayores que tengan trastornos cognitivos como demencia o Alzheimer, el aislamiento social puede ser particularmente difícil, no sólo para ellos sino que también para quienes los acompañan. Andrea Slachevsky, Coordinadora de la Clínica de Memoria y Neuropsiquiatría del Servicio de Neurología del Hospital del Salvador, señala que “las personas con demencia pueden tener dificultades para entender la epidemia y adaptarse a los cambios de rutina que las autoridades solicitan”.
Esto va en línea con lo descubierto en recientes investigaciones de la Universidad de Pekín, donde las personas con demencias mostraron mayor dificultad para comprender la pandemia y adaptarse. La falta de rutina y el aislamiento social provocaron desorientación y exacerbación de los trastornos de conducta en este grupo etáreo
“Este también es un problema para los cuidadores o quienes acompañan a los adultos mayores, quienes deben tener claro que verán exacerbadas conductas propias del trastorno, como ansiedad y estrés. El cambio de rutina, la ausencia de actividad física y el escaso contacto social, sin duda llevarán a una agravación de problemas como desorientación, irritabilidad y falta de sueño” añade Slachevsky.
Con el fin de reducir las complicaciones, especialmente en personas mayores con trastornos, se recomienda mantener el contacto familiar a través de la tecnología y disminuir el consumo de noticias y comentarios relacionados al COVID-19, que tienden a sobre preocupar o confundir. Por ello, “es mejor acompañar y fomentar la participación en actividades que les interesen y que se ajusten a sus habilidades. Es bueno proporcionarles tareas hogareñas como doblar ropa, hacer la cama o barrer. Además de validar sus acciones y entregarles refuerzos positivos”, comenta la Coordinadora de la Clínica de Memoria.
Por último, ambas especialistas concuerdan que una gran herramienta a utilizar con personas de edad avanzada, tengan o no trastornos cognitivos, es el uso del humor para hacer frente a este nuevo contexto. “Un humor simple puede amortiguar las emociones negativas y entrega una sensación de paz”, concluye Daniela Thumala.