CONICET/DICYT Mucho se habló sobre los murciélagos como posible origen del coronavirus SARS-CoV2, que se diseminó en el mundo al pasar a los humanos y que produce la enfermedad nombrada como COVID-19. Marcela Orozco, es investigadora del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA, CONICET-UBA), y estudia este tipo de surgimiento de enfermedades humanas para detectar estos “saltos” de especie, o saltos zoonóticos, en el contexto de las interacciones ecológicas.
Estos mamíferos particulares, únicos con capacidad de volar de manera sostenida, explica la científica, son considerados excelentes reservorios de virus. Es decir, habitualmente son capaces de mantener diferentes virus en su organismo sin enfermar. ¿Por qué los murciélagos son capaces de hacerlo? ¿Por qué ellos y no otras especies?
Mucho tiene que ver con la evolución de los murciélagos a poder volar. Mantener esa actividad hace que tengan un organismo en constante estrés fisiológico, que si no existiera una forma de atenuarlo, podría generarles un daño, porque habría moléculas oxidantes circulando permanentemente en su organismo.
“Lo que ocurre es que durante el proceso evolutivo los murciélagos lo que hicieron para poder volar, es mitigar el estrés oxidativo asociado a actividades metabólicamente costosas como el vuelo. Han logrado desarrollar mecanismos que actúan disminuyendo la inflamación y evitando la tormenta de citoquinas, un fenómeno que comparte el estrés y la respuesta inmunológica”.
A su vez, su respuesta inmune es capaz de controlar determinados virus “son capaces de mantener un delicado equilibrio entre la respuesta inmune antiviral y la respuesta inflamatoria, es un proceso súper eficiente, pueden controlar la replicación viral pero tienen bloqueados algunos mecanismos de la inflamación, entonces inhiben algunos procesos que podrían llevarlos a la muerte”.
Un sistema siempre atento
“En la mayoría de los vertebrados el proceso inflamatorio se desencadena cuando hay un estímulo. En el caso de los murciélagos, fue estudiado el funcionamiento de un interferón en particular, que está todo el tiempo alerta, y si bien tiene una respuesta más atenuada -por esta inhibición de las vías de inflamación- es una respuesta más rápida, porque está siempre encendido”.
“Esto a su vez obliga a los virus a replicarse más rápidamente para intentar ‘sobrevivir’, y a su vez, el hecho de que algunos virus puedan recombinarse, mutar y adaptarse a nuevas especies incrementaría su virulencia y patogenicidad”.
Las consecuencias de la degradación de ambientes
Cuando los ambientes silvestres son degradados, algunas especies pueden extinguirse, mientras que otras pueden desplazarse buscando nuevos ambientes más óptimos y en esa búsqueda muchas veces entran en contacto con animales domésticos y con los humanos, por ejemplo en entornos productivos. Esos animales domésticos terminan siendo los intermediarios y a veces los amplificadores de algunos virus, los que terminan acercándose a las personas.
“Este coronavirus que provocó la pandemia actual y se adaptó de alguna manera a los humanos, podría tener su origen en coronavirus de murciélagos. Se conocen coronavirus parecidos como el que provocó el SARS -síndrome agudo respiratorio- en 2003, por eso se postula que este podría tener un origen similar. Aún no se demostró este origen para COVID aunque todas las miradas están puestas ahí, justamente por las similitudes que hay”.
En la epidemia de 2003, el coronavirus que causó el SARS afectó parte de Asia y fue contenido con medidas de distanciamiento e higiénicas. Recién en 2017, se pudo identificar en colonias mixtas de murciélagos distintos coronavirus que entre sí daban origen al que originó SARS, es decir, sus ancestros directos.
En algunos casos, aclara la investigadora, se observa que existe un hospedador intermediario, una especie que media entre los murciélagos reservorio de virus y el humano. Aquí, en la transmisión influye el manejo de las especies para consumo, la venta ilegal y los también los desplazamientos que se dan como consecuencia de la degradación del medioambiente. Por ejemplo, en los mercados de animales, el hacinamiento de distintas especies domésticas y silvestres que terminan compartiendo patógenos es un factor de riesgo que propicia la transmisión.
“En el caso de SARS se postula que los hospedadores intermediarios fueron las civetas, para el caso de MERS [el coronavirus que produjo la epidemia de 2012 en Oriente Medio] se conoce que los dromedarios son los reservorios del virus. Para el COVID aún no se sabe si hubo un hospedador intermedio, y se postula que podría ser el pangolín, pero realmente aún es un gran interrogante”.
“Lo que nos hace pensar que debería existir un hospedador intermediario es que, justamente, en el momento en que ocurre el brote, los murciélagos de la especie a la que se está apuntando, estaban hibernando. Debería haber sido difícil que esos murciélagos hubieran provocado un salto directo a las personas. Por eso se piensa en un otro vertebrado que haya funcionado como nexo, entre lo que sucede en los ambientes naturales y lo que pasa en los mercados de China”.
“En el caso de los dromedarios, es más cultural, porque la convivencia entre humanos y dromedarios, en Medio Oriente y África es alta, ya que acompañan a las personas en ceremonias religiosas y también son parte de actividades productivas. Hay épocas del año en las que, especialmente desde la zona que se conoce como Cuerno de África, se nueve una gran cantidad de dromedarios durante distintas actividades; dentro de Medio Oriente las peregrinaciones multitudinarias mueven conjuntamente personas y animales, y el contacto es estrecho”.