Tanto el coronavirus y sus impactos, como las políticas para confrontarlo, evidenciaron los problemas económicos de la economía mundial, que vienen de lejos. Una señal fue en 1999 la debacle de la “nueva economía” de las empresas “puntocom” y la batalla de Seattle, proceso desplegado hasta el 2001. Fue entonces, con el episodio de las Torres Gemelas, que se desencadenó una respuesta desde el Estado, a caballo de la ampliación del crédito y el gasto militar. El propio Estado capitalista, difusor de las políticas neoliberales, acudió al Estado para sustentar la lógica del capital. Fueron mecanismos económicos y políticos que se adoptaron para superar la caída de la actividad económica y renovar las formas de dominación mundial. El límite se presentó en 2007 bajo la forma de una crisis hipotecaria, ampliada en 2008 con la caída de Lehman Brothers y la recesión mundial del 2009. La respuesta supuso una gigantesca intervención estatal con emisiones millonarias en el capitalismo desarrollado para hacer viable el funcionamiento del sistema. Junto a la emisión, se procesó una inmensa desregulación bancaria, dando lugar a la emergencia de los actuales Fondos de Inversión, la “banca en las sombras”, que administran activos fijos y financieros del capital transnacional, por montos superiores a los PBI de los principales Estados nacionales del capitalismo mundial. La coyuntura de crisis mundial 2007-2009 fue el comienzo del fin de las políticas liberalizadoras instrumentadas a la salida de la crisis de los setenta, que se iniciaron como ensayo en el Cono Sur de América bajo dictaduras genocidas sustentadas en el terrorismo de Estado. La forma de salida de esa crisis es lo que se denominó “neoliberalismo”, en cuanto corriente hegemónica de la política económica en el sistema mundial. En simultáneo a ese proceso de emergencia neoliberal, China se incorporó fuertemente al sistema mundial desde la modernización operada desde 1978. Ahora estamos en pleno despliegue de una crisis mundial del neoliberalismo, con la novedad de que actualmente se discute quién hegemoniza el nuevo orden mundial. Por eso se produce la guerra comercial entre EE.UU. y China, o las respuestas nacionalistas y proteccionistas de Trump o del Brexit, de Bolsonaro y de varios regímenes derechistas.
Por eso, más allá de cualquier análisis, la “retórica proteccionista” en tiempos de transnacionalización de la economía responde a la crítica de la globalización construida por más de cuatro décadas desde el ensayo sudamericano del terrorismo de Estado. Tanto EE.UU. como el Reino Unido, entre muchos, pretenden barajar y dar de nuevo; pero como actúan otros, especialmente China y sus alianzas, se transforma en una lucha que se juega a varias bandas. Claro que también intervienen en el debate quienes imaginan espacio para la restauración de las políticas keynesianas, hegemónicas entre 1930 y la instalación de la lógica hegemonizada por el neoliberalismo. En ese sentido, se inscribe la campaña demócrata de Bernie Sanders en EE.UU., o la prédica del laborista Jeremy Corbyn en Inglaterra, tanto como los postulados que emanan desde el Vaticano, con los diálogos entre el Papa Francisco y el Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz. El reciente Grupo de Puebla, que se asienta en la nueva dinámica de los procesos políticos en México y Argentina, transita por esta referencia intelectual y de proyecto político. Menos visible resulta la voluntad alternativa, anticapitalista, con límites muy importantes para instalar un sentido común global favorable a una expectativa de transición sistémica por la transformación social.
Disputa del orden: No solo hay una dimensión política de esta disputa hegemónica, sino que esta transcurre sobre un trasfondo de innovación tecnológica y de las formas que asumen las relaciones sociales de producción, especialmente entre el capital y el trabajo, y muy en particular, el papel o función que asume el Estado, no solo en cada país, sino en la articulación de capacidad global de subordinación y domesticación desde la institucionalidad mundialmente construida desde los organismos internacionales, las Naciones Unidas y sus agencias, y el G20, entre otros. La recesión en curso estimula y acelera aspiraciones dominantes para revertir derechos sociales e inducir nuevas formas de gestión y explotación de la fuerza de trabajo; por ejemplo, el “teletrabajo” o el despliegue de las economías de plataforma, el acelerado proceso de utilización de la inteligencia artificial y otras formas de la llamada economía del conocimiento.
La pandemia desató, con diferente ritmo, políticas pasivas –al estilo EE.UU., Gran Bretaña o Brasil, entre los más destacados– que, ante el agravamiento de la situación, se fueron modificando y avanzando en políticas de aislamiento de las personas y baja de la actividad económica. Estas medidas involucran a más de la mitad de la población mundial e impactan en la reducción de la producción, por lo que afirman un destino recesivo. Dice la titular del FMI: “El crecimiento global en 2020 caerá por debajo del nivel del año pasado”. Sigue diciendo que “la prioridad número uno en términos de respuesta fiscal es garantizar gastos de primera línea relacionados con la salud para proteger el bienestar de las personas, cuidar a los enfermos y frenar la propagación del virus” (Georgieva, 2020).
No hay que confundirse. El FMI no viró hacia el keynesianismo, sino que, como en ocasiones anteriores, los sectores dominantes acuden al Estado para resolver los
problemas del capitalismo. En todo caso, el temor subyacente es el despliegue del conflicto ante la pérdida de empleo, la caída de los ingresos populares, el empobrecimiento, etcétera. Son opiniones vertidas por el FMI ante la necesidad de ampliar el gasto en salud, disminuido por la lógica de las privatizaciones impulsada desde el neoliberalismo. La ausencia de camas, respiradores, infraestructura hospitalaria e insuficiente material para la seguridad del personal afectado a la salud –evidente ahora con el COVID-19– expresa el resultado de una lógica orientada al mercado y a un gasto público que privilegia un rumbo hacia la militarización. Por eso, destaca en la coyuntura la política de derecho a la salud propiciada en Cuba desde el comienzo de la Revolución en 1959, e incluso la capacidad de confrontación contra el coronavirus desde la planificación estatal en China. Nuevamente está en debate el sentido del accionar estatal, y en favor de qué intereses en particular se lleva adelante ese accionar. El Estado capitalista, desde la crisis de 1930, interviene para sostener el orden capitalista, tal como se evidencia en las gigantescas emisiones de salvataje de estas horas en EE.UU., Europa o Japón. Lo que también habilita a pensar en el sentido de un Estado para la transición, en el camino de la experiencia cubana y, si se quiere, con matices, de la situación en China. Todo un tema para discutir en la coyuntura y la perspectiva del futuro a la salida de la pandemia.
Así como se discute el Estado, se habilita el debate sobre el impacto del modelo de producción sobre la naturaleza. Al parar la producción mundial en varios territorios, producto del “aislamiento” o las cuarentenas de la población para evitar contagios, ocurrió una disminución en la generación de gases contaminantes; aunque está claro que ello no elimina la concentración tóxica en el medio ambiente.
La menor contaminación por cierres parciales o totales de las producciones nacionales nos hace pensar en la potencialidad de aminorar el efecto de la crisis ecológica. Claro que no debemos engañarnos con “cielos limpios” por el paro de la producción, ya que se trata de un fenómeno solo temporal y puede recrudecer si todo vuelve a la “normalidad” luego de las cuarentenas o los aislamientos. La amenaza ambiental es el modelo productivo sustentado en energía no renovable y con objeto de ganar y acumular, puesto en evidencia con la pandemia del coronavirus. Es bueno pensar que el ambiente mejora si no es afectado por formas de producción que deterioran la naturaleza y, por ende, nuestra vida.
Por JULIO C. GAMBINA
Argentina. Presidente de SEPLA y de la Fundación de Investigaciones Sociales
y Políticas, Argentina. Artículo publicado en Nº 42 del Boletín Nuestra América
XXI – Desafíos y alternativas, iniciativa del Grupo de Trabajo de CLACSO “Crisis y
economía mundial”, del que Julio C. Gambina es integrante.
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