Un estudio indica que las personas activas físicamente responden mejor a una vacuna contra el COVID-19

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Las que practicaban al menos 150 minutos de ejercicios por semana, sin largos períodos de sedentarismo, desarrollaron más anticuerpos contra el SARS-CoV-2

AGENCIA FAPESP/DICYT – El mantenimiento de un estilo de vida físicamente activo puede constituir una estrategia para potenciar la respuesta inmune que inducen las vacunas contra el COVID-19. Esta es la conclusión que surge de un estudio realizado con 1.095 voluntarios, a cargo de investigadores de la Universidad de São Paulo (USP), en Brasil, y colaboradores. Los datos referentes a este trabajo se dieron a conocer el pasado día 9 de agosto, aún sin revisión por pares, en la plataforma Research Square.

El beneficio que brindan las actividades físicas se observó fundamentalmente entre los participantes que se mantenían activos al menos 150 minutos semanales y no exhibían una conducta sedentaria, es decir, que no pasaban más de ocho horas diarias sentados o acostados. Se consideró como “tiempo activo” tanto a aquel dedicado a los ejercicios y otras actividades recreativas (caminar, correr, bailar, nadar, pasear con el perro, etc.), como al de las actividades del hogar (limpiar la casa, cuidar el jardín o lavar la ropa a mano), el trabajo (cargar pesos, componer cosas) y los desplazamientos de rutina (ir a pie o en bicicleta hasta el trabajo, al supermercado o a la escuela, por ejemplo). El nivel de actividad física se midió mediante la concreción de entrevistas telefónicas. Se consideró como “activos” a los voluntarios que informaron realizar al menos 150 minutos de actividades semanales sumando los diversos apartados que se analizaron.

“A una persona que corre durante una hora todos los días y pasa el resto del tiempo sentada delante de una pantalla se la considera activa y sedentaria al mismo tiempo. En nuestro análisis combinamos esos dos conceptos distintos”, explica Bruno Gualano, docente de la Facultad de Medicina (FM-USP) y primer autor del artículo. “Cuando observamos los datos, vemos claramente que forman una ‘escalera’: en lo alto, con la mejor respuesta vacunal, se ubican los individuos activos no sedentarios. Luego vienen los activos y sedentarios. Y al final se ubican los inactivos y también sedentarios”, comenta.

Todos los participantes en la investigación fueron inmunizados con la vacuna CoronaVac entre febrero y marzo de 2021. Se les extrajeron muestras de sangre para la realización de los análisis inmediatamente después de la aplicación de la segunda dosis, como así también 28 y 69 días después. La calidad de la respuesta vacunal se evaluó mediante diversos análisis de laboratorio, entre los cuales los principales son aquellos que miden la producción total de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 (IgG total) y la cantidad específica de anticuerpos neutralizantes (NAb), que poseen capacidad para impedir la entrada del virus a las células humanas.

De acuerdo con el criterio que adoptaron los investigadores, alcanzaron la denominada “seroconversión” los voluntarios que en el análisis de IgG total exhibieron al menos 15 unidades arbitrarias (UA) de anticuerpos por mililitro (mL) de sangre. En el caso de los anticuerpos neutralizantes, se consideró que había una respuesta positiva cuando en el ensayo in vitro realizado con el plasma sanguíneo se observó al menos un 30 % de inhibición de la unión entre el SARS-CoV-2 y el receptor de la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2, por sus siglas en inglés), una proteína existente en la superficie de algunas células humanas a la cual se conecta el virus para viabilizar la infección.

El análisis de los datos

Tal como informa Gualano, el objetivo primordial de este proyecto de investigación, del cual su artículo es fruto, consistía en evaluar la seguridad y la efectividad de la vacuna CoronaVac en portadores de enfermedades reumáticas autoinmunes, entre ellas la artritis reumatoide, el lupus eritematoso sistémico, la artritis psoriásica, la vasculitis primaria y la esclerosis sistémica. Gran parte de esos pacientes hace uso de medicaciones que disminuyen la actividad del sistema inmunitario y, por ende, era esperable hallar una respuesta vacunal más débil.

Un primer trabajo publicado en Nature Medicine, bajo la coordinación de la profesora de la FM-USP Eloísa Bonfá, confirmó la seguridad de la vacuna y mostró que la misma induce una respuesta aceptable, aunque disminuida, en ese grupo de pacientes (lea más en: agencia.fapesp.br/36558/).

“En este segundo estudio, procuramos evaluar la hipótesis que indica que un estilo de vida activo podría fortalecer la respuesta vacunal tanto en la población de individuos inmunosuprimidos como en personas sin enfermedades autoinmunes. Y esto es lo que nuestros datos indican efectivamente”, dice Gualano, quien coordina un Proyecto Temático financiado por la FAPESP vinculado al tema.

Fueron incluidos en el análisis final 898 pacientes inmunosuprimidos. De ellos, 494 quedaron clasificados como activos y 404 como inactivos. Asimismo, como una especie de grupo de control, participaron 197 voluntarios sin enfermedades autoinmunes: 128 activos y 69 inactivos.

Los investigadores aplicaron un modelo matemático con el objetivo de compensar posibles distorsiones que variables tales como la edad, el sexo, el índice de masa corporal (IMC) y el uso de inmunosupresores podrían provocar. Sucede que se sabe que el funcionamiento del sistema inmunitario disminuye en las personas ancianas y en usuarios de corticoides y otros moduladores inmunológicos, como así también mengua posiblemente en los obesos.

En la comparación ajustada, los pacientes inmunosuprimidos físicamente activos exhibieron una probabilidad 1,4 veces mayor de alcanzar la seroconversión. “Diciéndolo de otra forma: por cada diez pacientes inactivos que seroconvertieron tras la segunda dosis de la vacuna hay 14 pacientes físicamente activos que alcanzaron el mismo resultado”, compara Gualano.

El hecho de ser activo físicamente también quedó asociado a un aumento de un 32 % en la cantidad de anticuerpos contra las áreas “S1” y “S2” de la proteína spike (S), aquella que el virus utiliza para conectarse al receptor ACE2 e ingresar en las células humanas. “La actividad neutralizante [NAb] fue en promedio un 4,5 % mayor en los pacientes activos, pero esa diferencia no fue estadísticamente significativa”, explica el investigador.

En tanto, entre los voluntarios sin enfermedades autoinmunes, las probabilidades de seroconversión fueron 9,9 veces mayores entre aquellos físicamente activos, y se observó un aumento del 26 % en la cantidad de anticuerpos contra la proteína spike. Como la cantidad de voluntarios era menor en este subgrupo, los datos referentes a los anticuerpos neutralizantes tampoco arrojaron significación estadística.

“Estos resultados nos permiten arribar a la conclusión de que la actividad física potencia la respuesta vacunal contra el COVID-19 independiendo de factores tales como la edad, el sexo y el uso de inmunosupresores. La concreción de un mínimo de actividad física ya produce una respuesta positiva, pero lo que observamos es que, cuanto más movimiento, mejor. Las respuestas más consistentes se registraron entre los pacientes que realizaban 50 minutos o más de actividad física diarios”, comenta Gualano.

Estudios anteriores también demostraron que un estilo de vida activo protege contra el agravamiento del COVID-19 y, de manera general, hace que disminuyan las internaciones (lea más en: agencia.fapesp.br/34864/).

“La promoción de la actividad física por los gestores y formuladores de políticas públicas es algo fundamental. Es una intervención barata, fácilmente escalable a toda la población y que puede marcar aún más diferencia en los casos de personas con un sistema inmunitario menos eficiente, tal como los pacientes con enfermedades autoinmunes y los ancianos”, opina Gualano.

Aunque solamente se evaluó a individuos inmunizados con la vacuna CoronaVac, el investigador considera “plausible” que este mismo efecto se observe con todas las vacunas contra el COVID-19 y también contra otras enfermedades.

Un propulsor natural

Evidencias existentes en la literatura científica dan cuenta de que una sola sesión de ejercicios físicos puede movilizar miles de millones de células encargadas de la inmunovigilancia en el organismo, “despertando” así al sistema inmunitario. Son células que recorren los sitios que los patógenos utilizan como puertas de entrada y, al detectar una amenaza, reclutan a otras células de defensa para que ataquen a los invasores. Quienes se ejercitan regularmente también exhiben niveles más bajos de inflamación sistémica y de cortisol (la hormona del estrés), lo cual contribuye para la concreción de una respuesta inmune adecuada.

Tal como lo informan los autores en el artículo, existen estudios que asocian la práctica de ejercicios a una mejor respuesta a las vacunas contra la gripe (virus H1N1, H3N2 e influenza tipo B), contra el virus de la varicela-zóster y contra la enfermedad neumocócica.

“Nuestros hallazgos eran esperables, pues se sabe que la actividad física fortalece el sistema inmunitario. De cualquier forma, sería importante confirmarlos en un estudio controlado y aleatorizado, en el cual un grupo de voluntarios se sometería a un protocolo de ejercicios antes del período de vacunación, mientras que el otro grupo de control, compuesto por individuos con características similares, permanecería inactivo”, comenta el investigador.

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