Por Felipe A. Larraín, investigador del Centro de Transición Energética (CENTRA) de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Hace más de 90 años, Thomas A. Edison dijo: “Yo pondría mi dinero en el sol y la energía solar. ¡Qué fuente de potencia! Espero que no tengamos que esperar a que se acabe el petróleo y el carbón para abordar ese desafío”. ¡Y no tuvimos que esperar a que se acabaran los combustibles fósiles!
El mundo ha visto una disminución sin precedentes del precio de los paneles solares fotovoltaicos, desde 4,12 dólares a menos de 0,15 dólares por watt de capacidad en los últimos 12 años: ¡más de 24 veces! Esta reducción de precio fue la evidencia que terminó por acallar hasta las voces más pesimistas, posibilitando un crecimiento exponencial de la capacidad instalada global. Y es que esta tecnología no sólo es madura sino también tremendamente eficiente.
Incorporando contribuciones de los más connotados científicos y tecnólogos de la humanidad – incluido Albert Einstein – aportes gubernamentales de programas de exploración espacial y subsidios para escalamiento industrial, las celdas fotovoltaicas han incrementado su eficiencia desde alrededor del 6% en 1954 hasta +22% hoy en día. Estos valores son impresionantes. Para que tengamos un punto de comparación, ¡ni siquiera la naturaleza es tan eficiente transformando la luz del sol en energía química! La eficiencia de conversión de energía solar en plantas está en el rango de 0,5-2%. Sin embargo, hoy nos encontramos en una situación todavía más delicada que una eventual escasez de energía fósil.
Los equilibrios climáticos han sido perturbados significativamente por el cambio climático, y por ello, la transición energética a la sostenibilidad es urgente. Una de las últimas señales de advertencia fue la reciente publicación en la prestigiosa revista Nature Communications, de las nuevas proyecciones de derretimiento de hielo Ártico.
En todos los escenarios modelados, y a partir de 2030, el hielo se derretiría completamente desde el mes de septiembre. En este contexto cobra todavía más relevancia que planifiquemos nuestro desarrollo, adaptándonos a un ártico estacionalmente libre de hielo. Esto implica no sólo una transición energética a la sostenibilidad, sino también incrementar la robustez, flexibilidad y resiliencia de nuestros sistemas de energía eléctrica y térmica – y por añadidura, el sector alimentos y la cadena de valor del agua.
La tarea es multidisciplinar y requiere el trabajo colaborativo de la sociedad, científicos y emprendedores, capaces de desarrollar innovadores modelos de negocio en torno a esta fuente de energía.
¿Qué nuevos caminos de creación de valor aparecen en torno a los paneles solares fotovoltaicos? En el corto y mediano plazo: surgen nuevas modalidades de financiamiento que posibiliten la penetración de esta tecnología a nivel residencial y comercial; en segunda instancia, la instalación de paneles solares sobre cuerpos de agua – incluido el mar – para aprovechar las mejoras de rendimiento por enfriamiento; luego, la combinación con baterías y otras energías renovables para facilitar la electromovilidad o para fabricar combustibles limpios, y finalmente, el reciclaje y reparación de paneles.
En suma, dada la abundante radiación que recibe nuestro país y el deseo de su capital humano por aportar a que participemos de la economía del conocimiento, Chile tiene una oportunidad única para crear valor en el sector solar fotovoltaico. Aprovechémosla.