Por Mauricio Galleguillos, académico de la Facultad de Ingeniería y Ciencias UAI, e investigador titular de Data Observatory.
Los ecosistemas boscosos son conocidos por su capacidad de secuestrar carbono tanto en sus tejidos leñosos, así como en sus suelos; siendo uno de los elementos más importante en la estrategia de carbono neutralidad nacional. En efecto, los bosques cubren grandes superficies del territorio por lo que su contribución en los balances de carbono es significativa. Chile es un país donde coexisten diversos tipos de formaciones boscosas, incluyendo bosques áridos, bosques templados y bosques adaptados a climas más fríos. Esto significa que estos bosques poseen diferentes estrategias adaptativas frente a las condiciones ambientales, lo que tiene repercusiones al momento de considerar cambios en estas forzantes, tales como aquellas derivadas de alteraciones de origen antrópico local, así como aquellas más globales como son las derivadas del cambio climático.
Diversos estudios nos advierten sobre el avanzado estado de degradación de muchos de nuestros bosques, lo que ha sido el producto de siglos de uso indiscriminado del recurso maderero, incendios, presencia de ganado, fragmentación por presencia de caminos y parcelaciones, e invasiones biológicas. A esto se suma el impacto de fenómenos de sequías extremas, las que se atribuyen en parte al cambio climático. Esta realidad ha llevado a que muchos de nuestros ecosistemas boscosos, sobre todo aquellos fuera de áreas protegidas, sean bosques jóvenes también conocidos como renovales. En estos, muchos de sus procesos ecosistémicos -incluidos aquellos vinculados al secuestro de carbono- responden a dinámicas altamente variables en el tiempo y en el espacio, lo que genera una gran incertidumbre al momento de determinar su real contribución al secuestro de carbono, aspecto que no ha sido abordado de manera suficientemente robusta en las estimaciones de balances de carbono a nivel nacional.
A modo de ejemplo, un bosque degradado, podría incluso presentar un balance negativo de carbono, por ende deja de capturar, al encontrarse en un estado de estrés como falta de agua o competencia por recursos del suelo. Esta situación ocasiona que el ecosistema debe mantener su metabolismo haciendo uso de reservas lo que aumenta la respiración de las raíces, la cual libera dióxido de carbono (al igual que en los seres humanos) en desmedro de una menor asimilación de carbono. Como consecuencia de esta situación, no puede entrar el carbono a través de sus estomas, lo que termina afectando la captura y posterior secuestro de carbono. Este mecanismo simplificado, es el inicio de una cadena de otras respuestas fisiológicas, las cuales pueden incluso llegar a la muerte masiva de árboles, fenómeno observado en diversos bosques del mundo, pero del cual no se han establecido plenamente las causas.
En este escenario -particularmente delicado- dado que está en juego parte de la estrategia de carbono neutralidad nacional, es importante generar esfuerzos mancomunados donde deben aliarse el sector público (quienes están a cargo de la generación de inventarios y cómputos de balances de carbono en bosques) y la academia (que busca avanzar en dilucidar el efecto del cambio de las condiciones ambientales en los balances de carbono). Aspectos claves de la política de uso y gestión de datos entre ambos mundos es esencial, así como la constante revisión de metodologías de estimación de componentes del balance de carbono acorde a los continuos avances que la ciencia provee.