En 2002, Anthony Brennan, profesor de Ciencia e Ingeniería de Materiales de la Universidad de Florida, recibió una misión única: encontrar una alternativa sostenible a las pinturas tóxicas usadas para evitar incrustaciones en cascos de submarinos y barcos. Durante una visita a la base naval de Pearl Harbor, surgió una pregunta crucial: ¿qué animales marinos evitan naturalmente la acumulación de algas y microorganismos? La respuesta fue el tiburón, especialmente el tiburón de Galápagos.
Al analizar bajo el microscopio los dentículos dérmicos de la piel del tiburón, Brennan descubrió un patrón en forma de rejilla que dificulta que bacterias y algas se adhieran y formen colonias. Inspirado por este diseño, aplicó el principio de la biomímesis, que consiste en observar y adaptar soluciones de la naturaleza a problemas humanos. Así nació Sharklet, una lámina plástica adhesiva que reproduce el patrón dérmico del tiburón, impidiendo el crecimiento de bacterias sin necesidad de productos químicos.
Hoy, Sharklet Technologies, la empresa fundada por Brennan, aplica esta innovación en hospitales, transportes y espacios públicos, consolidándose como un actor clave en el mercado de revestimientos antimicrobianos, valorado en 5.000 millones de dólares.
Biomímesis: inspiración natural para problemas humanos
La biomímesis, término popularizado por la bióloga Janine Benyus en su libro Biomímesis: innovaciones inspiradas por la naturaleza (1997), ha revolucionado el diseño industrial y la ciencia. Ejemplos notables incluyen trenes bala inspirados en el martín pescador, vacunas estables basadas en la química de la artemia, y colorantes biodegradables que replican el resplandor de la baya de mármol de África.
La biomímesis no solo aporta soluciones innovadoras, sino que también promueve un enfoque sostenible: diseños probados por el tiempo y aprobados por la Tierra. Según un informe del Fermanian Business & Economic Institute, se proyecta que este campo genere 1,6 billones de dólares para 2030.
El desafío ético de la biomímesis
El crecimiento de esta industria plantea una pregunta ética crucial: ¿cómo retribuir a la naturaleza por inspirar avances tecnológicos? El Convenio sobre Diversidad Biológica (CDB) y el Protocolo de Nagoya buscan garantizar un reparto justo de los beneficios derivados de los recursos genéticos. Sin embargo, estos acuerdos no cubren plenamente los diseños naturales utilizados en la biomímesis.
César Rodríguez Garavito, fundador del proyecto More Than Human Life (MOTH), señala que la explotación de diseños naturales sin compensación es una forma de “biopiratería moderna”. Rodríguez aboga por ampliar el marco legal del CDB para incluir patrones y procesos naturales, asegurando que los ecosistemas se beneficien directamente de las tecnologías que inspiran.
Retribuir la inspiración: un compromiso necesario
En la reciente COP 16 en Cali, el Instituto de Biomímesis y MOTH presentaron una propuesta para garantizar que las innovaciones biomiméticas contribuyan a la protección de las especies y ecosistemas que las originaron. La iniciativa sugiere un modelo de contribuciones voluntarias a corto plazo y, a largo plazo, una expansión del CDB para incluir diseños y estrategias inspirados en la naturaleza.
Brennan, aunque reconoce el valor de proteger la biodiversidad, plantea las dificultades que enfrentan las empresas emergentes: “Crear una empresa es extremadamente difícil y requiere una enorme cantidad de capital. Espero que las empresas exitosas lideren el camino apoyando al medio ambiente de manera voluntaria”.
La biomímesis es más que una herramienta para la innovación; es una oportunidad para trabajar en armonía con la naturaleza y construir un futuro sostenible. Mientras Sharklet protege vidas con su tecnología antibacteriana, el desafío ahora es garantizar que la naturaleza reciba el crédito y el beneficio que merece. Al inspirarnos en su diseño, debemos retribuir asegurando la conservación de los ecosistemas que hacen posible la innovación humana.