Por Carolina Pérez | Revista Ecociencias
Uno de los grandes misterios de la humanidad —la existencia de vida más allá de la Tierra— ha dado un nuevo y emocionante giro. El Telescopio Espacial James Webb (JWST), el instrumento más poderoso de observación astronómica hasta la fecha, detectó en la atmósfera de un exoplaneta a 124 años luz, señales químicas que podrían indicar actividad biológica. El hallazgo, que ha sido calificado como el más prometedor hasta ahora en la búsqueda de vida extraterrestre, fue realizado en el planeta K2-18b, un mundo que orbita una estrella enana roja en la constelación de Leo.
Pero antes de echar a volar la imaginación con imágenes de océanos alienígenas rebosantes de organismos, ya que lo que se presume son posibles señales químicas que, han sido halladas en otros planetas y que en la Tierra, claramente están asociadas a la vida.
Entonces, ¿Qué encontró el telescopio Webb?
La atención está centrada en una molécula llamada dimetilsulfuro (DMS), que en la Tierra es producida exclusivamente por organismos vivos, principalmente fitoplancton marino. Junto al DMS, también se detectaron metano y dióxido de carbono, lo que sugiere un entorno potencialmente habitable. Estos resultados fueron publicados por un equipo internacional liderado por el astrofísico Nikku Madhusudhan, de la Universidad de Cambridge, quien afirmó que “Esto es lo más cerca que hemos estado de detectar una característica que podamos atribuir a la vida”.
Sin embargo, el mismo equipo reconoce que se requieren muchas más observaciones antes de confirmar si estas moléculas realmente son producto de procesos biológicos y no de otros mecanismos naturales aún desconocidos.
K2-18b: un mundo Hycean
K2-18b no es un planeta cualquiera. Posee más de ocho veces la masa de la Tierra y un radio 2,5 veces mayor. Está ubicado en la llamada “zona habitable” de su estrella, lo que significa que podría tener agua líquida, uno de los ingredientes fundamentales para la vida como la conocemos.
Este exoplaneta ha sido clasificado como un planeta Hycean, una categoría propuesta para mundos con océanos profundos y atmósferas ricas en hidrógeno. La espectroscopía del JWST —una técnica que analiza cómo la luz de una estrella se filtra a través de la atmósfera del planeta— permitió identificar estas moléculas clave.
El valor de la duda en la ciencia
Tere Paneque, conocida por su capacidad para traducir el lenguaje astronómico al cotidiano, publicó un video explicando esta noticia científica. En la publicación, Paneque deja claro que la ciencia avanza en base a la duda, no a la certeza inmediata. “No tenemos certeza absoluta, ya hay astrónomos que están mostrando que estas moléculas ya se han encontrado en otras zonas, y que no necesariamente tienen un origen ligado a la vida. Se ha observado en el medio interestelar, y también sobre algunos cometas”. Agrega que esto había ocurrido el 2020 con el hallazgo de fosfina en Venus. Esto amplía la discusión científica al respecto, lo cual para Teresa, es “la clave de la ciencia, que sea replicable”. Con esto invita a estar atentos a lo que sucederá con este hallazgo.

Este enfoque cauteloso es compartido por la comunidad científica. La profesora Sara Seager, del MIT, señaló que este tipo de hallazgos son cruciales para afinar nuestros métodos, pero que aún no deben interpretarse como una prueba definitiva. “Aún no es una biofirma, pero es un estímulo oportuno para mejorar nuestras herramientas”, afirmó.
Ciencia con emoción, pero con rigurosidad
La historia de K2-18b nos invita a maravillarnos con el avance de la tecnología, pero también a recordar que en ciencia, las grandes revelaciones no se dan de la noche a la mañana. Como bien señala la bióloga de Cambridge Emily Mitchell, “nunca habrá una biofirma donde todos digan: ‘Sí, definitivamente es vida’. Siempre será un tema de debate”.
Por ahora, el telescopio Webb continuará observando este prometedor mundo, mientras la comunidad astronómica refina sus hipótesis y planea nuevas misiones. ¿Estamos más cerca de saber si hay vida más allá de la Tierra? Probablemente sí. Pero, como enseña la experiencia y la ciencia, entender el universo requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, muchas preguntas sin respuesta inmediata.