Libro relata vivencias de un astrónomo en los grandes telescopios del norte de Chile

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“El más ancho pensamiento”, del astrónomo italiano radicado en Chile, Leonardo Vanzi, ofrece una reflexión desde una perspectiva cósmica sobre nuestra compleja vida moderna, marcada por las exigencias del consumo, el bombardeo de noticias virales y las amenazas que enfrentamos como humanidad al ignorar las advertencias de la ciencia.

Las experiencias de un astrónomo italiano que vive hace 25 años en Chile —investigando el universo durante extensas estadías en los grandes observatorios astronómicos del desierto de Atacama— dan forma a “El más ancho pensamiento”, un nuevo libro de divulgación científica escrito por Leonardo Vanzi, académico del Centro de Astroingeniería de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Según explica el autor, el libro se adentra en los desafíos de la vida contemporánea, muchas veces asumidos sin la responsabilidad de pensar en el futuro, sin considerar la brevedad de nuestra existencia en el contexto del universo, ni —mucho menos— el “milagro” de la vida en nuestro planeta: el único mundo conocido capaz de albergar vida en un cosmos cuya edad, nos recuerda el autor, es de 13.700 millones de años.

“Vivimos en el observatorio como en una isla o en una nave. A veces no falta nada… y otras, falta todo. Tenemos internet y un teléfono satelital, y aun así las noticias llegan enrarecidas; el mundo parece lejano. A veces te sientes solo y aislado, como en el mar. Entonces abres la cúpula y comienzas a trabajar para no pensar, para alejar la nostalgia de casa”, escribe Vanzi en esta obra, presentada a fines de mayo por la editorial Montacerdos en el Museo Violeta Parra.

Un viaje por la historia

El libro nos lleva en un recorrido astronómico donde se entrelazan datos científicos sobre el origen del universo con reflexiones sobre el desarrollo del pensamiento occidental, proponiendo una mirada que cuestiona el sentido último de los esfuerzos humanos.

“Este libro tiene ese propósito: presentar el punto de vista de la astronomía con esa enorme riqueza que entregan los avances científicos y las implicancias que estos tienen en nuestra visión de mundo”, señala Vanzi en el prólogo.

Además de describir cómo es la solitaria vida de un astrónomo en el desierto, el autor relata cómo descubrimos que la Tierra forma parte de una galaxia —la Vía Láctea—, desde las ideas de filósofos griegos como Demócrito y Aristóteles hasta el aporte de Immanuel Kant, quien en 1775 imaginó la galaxia como un disco rotatorio unido por la fuerza de gravitación descrita por Newton un siglo antes.

También aborda el papel clave que jugó Chile en el estudio de la Vía Láctea, lo que selló su destino como potencia astronómica. Cuenta que, hace más de un siglo, astrónomos del Observatorio Lick (California) necesitaban complementar sus estudios desde el hemisferio sur, donde podían observar otras estrellas.

“Los astrónomos norteamericanos lograron convencer al banquero D.O. Mills de financiar una estación de observación en el hemisferio sur, lo que se concretó con una expedición científica a Chile en 1903. Así, un telescopio reflector de 93 centímetros fue instalado en el Cerro San Cristóbal de Santiago a principios del siglo XX”, relata Vanzi.

Ese observatorio, hoy conocido como Observatorio Manuel Foster, convertido en museo, marcó un hito: “Chile comenzó a adquirir visibilidad en el panorama científico internacional, aportando con sus cielos a la solución de un importante problema científico”, añade.

La mermelada astronómica

El libro también está lleno de anécdotas. En una de ellas, Vanzi recuerda que Isabel Allende, en su obra Mi país inventado, describe a los astrónomos chilenos como personas que, lejos de vivir en una dimensión elevada y misteriosa, pueden llegar a pelear… ¡hasta por la mermelada!

“Cuando tuve la oportunidad de pedirle un autógrafo a la famosa escritora —relata Vanzi— le pedí que escribiera: ‘Para un astrónomo que no pelea por la mermelada’. Esto me obliga ahora a huir de toda ocasión de mezquindad, e incluso a ceder generosamente la mermelada a los colegas, ¡aunque sea el último frasco en el observatorio!”.

Vanzi concluye que el ser humano es una síntesis de contradicciones: capaz de los gestos más nobles, así como de la mezquindad más baja. “Los resultados de nuestras actividades pueden ser maravillosos o aterradores”, reflexiona.

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