Por, Carolina Pérez, editora Revista Ecociencias.
El lunes 14 de abril de 2025, nuestro cielo fue testigo de un hito singular: seis mujeres, entre ellas la cantante Katy Perry, realizaron un breve vuelo al espacio a bordo del cohete New Shepard, propiedad de la empresa Blue Origin, liderada por el magnate, Jeff Bezos. La misión, que duró apenas 11 minutos, fue la primera tripulación compuesta exclusivamente por mujeres desde 1963, cuando Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer en viajar sola al espacio.
Más allá de la anécdota —Katy Perry cantando What a Wonderful World en gravedad cero—, la escena concentra varias tensiones que vale la pena analizar desde perspectivas científicas, sociales, económicas y culturales.
Dicho lo anterior, el turismo espacial que se abre camino, ¿es una conquista simbólica o un privilegio más?. Es cierto: que una tripulación femenina surque el espacio puede verse como un gesto poderoso en cuanto a representación de género. Las mujeres hemos estado históricamente subrepresentadas en la exploración espacial, y este vuelo tiene un valor simbólico. Pero esa victoria se vuelve difusa cuando entendemos que estas seis mujeres no viajaron como científicas en misión, sino como pasajeras de un tour de lujo orbital, financiado por una de las personas más ricas del planeta.
Es importante destacar que este no es el primer vuelo de turismo espacial, aunque sí el primero con una tripulación exclusivamente femenina. Desde hace algunos años, empresas como Blue Origin y Virgin Galactic ofrecen pasajes al espacio suborbital a quienes puedan costearlos, por supuesto. El precio de un ticket ronda entre los 250 mil y los 450 mil dólares, dependiendo de la compañía y la experiencia ofrecida. En otras palabras, el espacio —que durante décadas fue el escenario de misiones científicas, geopolíticas o de exploración tecnológica— hoy también es un destino exclusivo para millonarios o celebridades que buscan una vivencia transformadora de alto costo.

Volviendo al hecho de que en esta oportunidad, entre las tripulantes se encuentra la prometida de Bezos, una celebridad pop y figuras del espectáculo o la élite académica estadounidense, deja en claro que en esta era del turismo de lujo, el espacio dejó de ser el dominio exclusivo del conocimiento científico, abriendo una nueva arista en la exploración espacial, hacia un lugar donde la experiencia personal vale más que la contribución colectiva.
¿Hablamos de una victoria para la equidad de género? Sí, pero con matices. Esta fue una misión histórica por su composición, y no se puede restar importancia al hecho de que una ingeniera aeroespacial como Aisha Bowe o una activista como Amanda Nguyen fueran parte del viaje. Sin embargo, la experiencia sigue estando al alcance de un grupo extremadamente reducido de mujeres: millonarias, famosas o vinculadas a figuras de poder. Aún así, al ser el primer viaje de esta índole, sí es un hito.
Si nos vamos a la dura realidad, ¿cuántas niñas de comunidades rurales, indígenas o migrantes tendrán siquiera la posibilidad de estudiar ciencia, mirar por un telescopio o soñar con ser astronautas? Celebrar la inclusión femenina en el espacio solo es justo si también se acompaña de políticas que reduzcan la brecha en educación, tecnología y acceso a oportunidades.
El Dr. Kai-Uwe Schrogl, de la Agencia Espacial Europea, fue claro. “Estos vuelos son emocionantes, pero también pueden ser una fuente de frustración para los científicos espaciales”. Mientras astronautas altamente calificados realizan investigaciones clave a bordo de la Estación Espacial Internacional, es una cantante pop quien acapara titulares por flotar unos minutos en gravedad cero. Es un reflejo de la lógica de nuestros tiempos: el espectáculo siempre gana más visibilidad que la ciencia misma.
Y aunque los vuelos como el NS-31 ayudan a validar tecnologías, no aportan conocimiento nuevo ni realizan experimentos científicos. El capital de Blue Origin está financiando la experiencia personal de unos pocos, en lugar de democratizar el acceso al espacio o invertir en investigaciones que beneficien a toda la humanidad.
Finalmente la grandiosidad del espacio y la perspectiva en gravedad cero, trajo de vuelta a las tripulantes con un sentimiento de profunda conexión con la vida.
Así lo expresó Katy Perry, “me siento superconectada con la vida”, luego de experimentar el breve vuelo por encima de la línea de Kármán. Otras pasajeras hablaron de la calma al ver la Tierra desde el espacio. Sin duda que la posibilidad de observar nuestro planeta a bordo del vuelo NS-31 fue una revelación que invita a comprender la pequeñez de la vida humana frente a la Tierra, tan “tranquila” vista desde afuera, y que hoy sufre las consecuencias del cambio climático, la injusticia ambiental y la desigualdad social ante estas mismas crisis.
Este es el único hogar que tenemos. No sé si el verdadero desafío es llevar más gente al espacio, por ahora y desde acá abajo, me abruma la sensación de que es imperativo hacer del acceso al conocimiento una experiencia más universal, y de la ciencia una herramienta que no mire desde arriba, sino que actúe desde adentro.
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