Entrevista por Matías Saá Leal
Carla Christie es bióloga marina y autora de Cahuel (Ediciones Libro Verde), un libro que busca acercar el conocimiento científico sobre el delfín chileno. Oriunda de la región de Atacama, Christie se trasladó a Valdivia para estudiar en la Universidad Austral, motivada por su temprano interés en la fauna marina. Desde entonces, ha dedicado su carrera al estudio de cetáceos y la divulgación científica, con especial énfasis en el delfín chileno (Cephalorhynchus eutropia), una especie endémica que habita exclusivamente nuestras costas y que, pese a su singularidad, es ampliamente desconocida por la mayoría de las personas en el país.
En esta entrevista, Carla Christie conversó con Matías Saá Leal sobre su trayectoria, su vínculo emocional con el mar, el desconocimiento generalizado sobre la biodiversidad marina en Chile y los procesos de investigación y creación que dieron origen a Cahuel. También hablaron del poder de los nombres, de la educación ambiental y del modo en que ciertas comunidades costeras —como Raúl Marín Balmaceda, en la región de Aysén— han logrado integrar al delfín chileno en su identidad local.
¿Qué sientes al subirte a un bote o a un kayak? ¿Qué sensaciones tienes en ese momento?
A mí me encanta navegar. Es como mi lugar cómodo, me siento relajada, conectada con la naturaleza. Sentir el aire en la cara, la brisa marina… es muy placentero. Para nuestras investigaciones navegamos en embarcaciones pequeñas, tipo zodiac o botes chicos. No estamos hablando de grandes barcos, sino de embarcaciones donde sientes todo: el aire, las condiciones climáticas, el entorno.
Extraño mucho navegar. Me fascina. Hay días soleados, otros con viento, lluvia, incluso granizo. Puedes ver cómo se acerca una nube, cómo vienen los granizos, te preparas, y de pronto pasa… y aparece el sol. En el sur de Chile a veces tienes todas las estaciones en un solo día. Esa intensidad me encanta.
También he tenido la suerte de trabajar en barcos más grandes, de turismo de naturaleza. Ahí trabajé como bióloga. Incluso dormía muy bien en esos barcos, porque el movimiento es relajante. Y cuando ves delfines… no hay nadie que no se emocione. Aunque estén tranquilos, aunque solo estén descansando, verlos respirar ya es emocionante. Es una energía especial.
No se sabe en Chile que hay delfines.
Lo que pasa es que la mayoría de las personas tiene un imaginario definido del delfín nariz de botella —el típico delfín de Flipper—, que es el que han mostrado por años en televisión, en documentales, en películas. Ese delfín también existe en Chile, claro. Es grande, gris, saltarín, más acrobático. Pero ese es solo uno de los 42 tipos de delfines que existen en el mundo.
En Chile hay varias especies, y mi favorita, la que siento como mi bandera de lucha, es el delfín chileno. Es especial porque es endémico: eso quiere decir que solo vive en Chile. No solo eso, también es morfológicamente distinto. Es pequeñito, uno de los más pequeños del mundo, con aletas redondas, un cuerpo más gordito. Tiene características físicas únicas, vive solo en nuestras costas, y además hay pocos. De hecho, hay menos delfines chilenos que australes, y está catalogado como “Casi Amenazado”. Por eso, para mí es tan importante visibilizarlo y protegerlo.
Carla Christie estudió Biología Marina en Valdivia porque, al buscar dónde estudiar, encontró que la Universidad Austral de Chile ofrecía la malla curricular que más le interesaba, especialmente una asignatura sobre aves y mamíferos marinos que ninguna otra universidad tenía. Además, le atraía el enfoque investigativo de la carrera y el entorno natural de Valdivia, conocido por su vegetación y el jardín botánico, lo que finalmente la motivó a estudiar tan lejos de su hogar.
Al entrar a la universidad, Carla no sabía que existía un delfín propio de Chile. En el primer semestre, asistió a una charla de tesistas que investigaban ballenas y delfines en Chile, lo que la motivó mucho. Desde entonces, buscó oportunidades para involucrarse en esa área, participando como voluntaria en investigaciones sobre delfines australes en Punta Arenas y luego con una investigadora alemana que estudiaba delfines chilenos y australes en Chiloé, quedándose finalmente en esa línea de trabajo.
¿Por qué crees que el delfín es tan desconocido acá en Chile?
Yo creo que en Chile no se nos enseña lo suficiente sobre el océano. Hay una falta de educación sobre nuestro patrimonio marino. De hecho, parte de mi doctorado tuvo que ver con eso: con la cultura oceánica, con cuánto aprendemos en el sistema educativo sobre el mar. Afortunadamente, eso ha empezado a cambiar en los últimos 30 años, pero aún falta mucho.
Cuando yo era chica, en el colegio nos enseñaban más sobre jirafas, leones, monos… animales que no son parte de nuestra fauna. Seguramente a ti también te pasó. Hoy eso ha ido cambiando: revisé libros escolares en mi investigación, y sí, hay muchas más imágenes y contenidos sobre especies nativas, pero casi todas terrestres. Sobre el mar, y sobre la fauna marina en particular, todavía se enseña muy poco.
En el currículum escolar, por ejemplo, recién en quinto básico se empieza a hablar del océano, y es de forma muy general: condiciones oceanográficas y cosas por el estilo. Cuando revisé cuántas imágenes de fauna marina había en los textos escolares comparadas con las terrestres, el desequilibrio era enorme.
Creo que por eso el delfín chileno sigue siendo tan poco conocido. Primero, porque hay muy poca investigación científica: son contadas con los dedos las personas que lo estudian en Chile. Segundo, porque hay muy poco material de difusión o contenido educativo sobre él. Cuando empecé a estudiarlo me parecía impresionante que existiera un delfín solo chileno… y nadie lo conociera. Desde entonces, mi bandera de lucha ha sido visibilizar a nuestro delfín.

También del delfín austral se sabe poco, pero creo que el hecho de que el delfín chileno sea endémico, único, escaso, debería usarse como una herramienta para generar interés. Pero claro, si no hay investigación, no hay educación, no hay contenidos en los libros, es difícil. La “cultura oceánica” aún no está bien integrada en nuestras escuelas. Se está intentando, pero todavía falta mucho por hacer.
¿Tú crees que este conocimiento sobre el delfín varía según la zona geográfica? Por ejemplo, ¿tú crees que los niños de Santiago saben menos que los de Chiloé?
Sí, totalmente. Cuando estaba haciendo el Magíster en Comunicación de la Ciencia, en 2014, hice una encuesta sobre el conocimiento público del delfín chileno. En general, muy poca gente lo conocía. Pero sí noté diferencias: por ejemplo, entre estudiantes de Santiago y personas de Chiloé. En Santiago, ninguno sabía de su existencia. En Chiloé, en cambio, saben más, porque los ven. Saben que hay “toninas”, que es el nombre común que se les da a los delfines.
¿Por qué?
Porque tienen en la mente una imagen estereotipada del delfín: el típico “nariz de botella”. Si tú le pides a alguien que cierre los ojos y piense en un delfín, se imagina ese. Entonces, cuando la gente en Chiloé ve a los delfines, dicen que son toninas, porque son distintos, pero no saben exactamente qué especie son. Algunos dicen que son delfines, otros toninas, otros cahuel —que es el nombre que los niños en Chiloé me enseñaron—, pero “cahuel” también es un término genérico. A veces le dicen cahuel a la orca, al delfín chileno o al delfín austral. Hay poco conocimiento sobre que existen distintos tipos o especies de delfines.
¿Por qué decidiste llamar Cahuel al libro en vez de, por ejemplo, Toninas o Delfín chileno? ¿Qué te gustó de ese nombre que te enseñaron allá?
Fue una decisión editorial, de los editores del libro. Yo les propuse en su momento que podría llamarse Tonina, pero como Tonina es un nombre genérico, quisimos especificar. Como gran parte de la investigación que hice y los datos que tengo sobre el delfín chileno son de Chiloé, nos pareció adecuado usar un nombre más asociado a la zona. Por eso se eligió Cahuel.
Yo también tenía reparos: les dije que Cahuel podría interpretarse como una apropiación cultural de un nombre mapuche. Pero me explicaron que el libro estaba basado en información de Chiloé, y cahuel era el nombre local con el que la comunidad reconoce al delfín chileno.
Carla describe el Puerto Raúl Marín Balmaceda como un lugar ideal para el delfín chileno, debido a sus aguas tranquilas, poca profundidad, escaso oleaje, y la ausencia de salmoneras o tráfico intenso de embarcaciones. Es un pueblo pequeño y rural, rodeado de canales interiores, donde la comunidad valora a los delfines y ha rechazado proyectos de cultivos acuícolas. Los delfines forman parte del paisaje cotidiano, con calles y hostales que llevan su nombre, y pueden verse desde la orilla. Carla ha visitado el lugar varias veces, incluso en su luna de miel, y destaca su belleza natural, la posibilidad de ver delfines y ballenas en verano, y el entorno mágico dominado por el volcán Corcovado.
Aparte de Raúl Marín, ¿en qué otras zonas podemos encontrar al delfín chileno?
Su distribución va desde Valparaíso hasta Cabo de Hornos, pero eso no significa que esté presente de forma continua. Hay zonas donde es más fácil encontrarlo. Por ejemplo, en Pichilemu hay una pequeña población residente. En la Región del Biobío, en Caleta Chome y Llico, también. A este delfín le gustan las zonas costeras poco profundas, con salidas de ríos, bahías protegidas.
En Constitución, en varios puntos de Chiloé como Quellón, Dalcahue, Ancud… En Raúl Marín, en Cochamó. En Valdivia, entre Niebla y Corral, hay una colega estudiando una población. Más al sur, hacia Punta Arenas, también se ven, pero no tengo puntos específicos.
¿Y esta especie endémica cómo convive con las prácticas humanas? ¿Con la pesca, las salmoneras, otras aves o mamíferos?
Convive. Es una especie resiliente. Depende del lugar. En los canales de las Guaitecas o archipiélago de Chiloé hay muchos cultivos de salmones y choritos, y aun así los delfines están ahí. Comparten el espacio. Por ejemplo, entre Niebla y Corral, donde hay mucho tráfico de ferris, los delfines siguen usando esos espacios. Son tímidos: se alejan, pero no abandonan el lugar.
Ahora, eso no significa que no haya problemas. El principal problema de conservación para cualquier delfín son las redes de pesca. A veces, pescadores o gente local ponen redes durante la noche para pescar para su familia, sin intención de atrapar delfines. Pero esas redes “fantasma” son muy peligrosas: ocupan la franja costera, donde están los delfines, y ellos se enredan. Y en otras ocasiones han quedado enredados en las redes loberas de las salmoneras, que son las redes que rodean a los cultivos para evitar que entren los lobos marinos a las jaulas.
En Chiloé, por ejemplo, hay muchas líneas de cultivo de chorito que se cuelgan a unos metros de profundidad, forman como una red de líneas bajo el agua, y los delfines las esquivan, debe ser molesto para ellos tratar de cazar entre esas cuelgas de choritos, pero conviven con ellas usando canales o espacios que quedan más libres. En sectores menos intervenidos, los delfines están en mayor cantidad.
¿Algún mensaje que quieras dar sobre el Mes del Mar?
Que no solo se celebren o conmemoren las batallas heroicas marinas, sino también el valor del patrimonio natural marino. Porque todavía tenemos muchísimo que aprender. Tenemos una enorme diversidad de ecosistemas hermosos. En Chile, por ejemplo, hay corales de agua fría que nadie conoce. Hay una biodiversidad impresionante que me encantaría que se celebrara durante el Mes del Mar.
Que el mar no se viva solo desde la distancia o el miedo. Muchas veces el océano da temor a las personas, pero si uno se da la oportunidad de acercarse y encantarse con él, también lo va a cuidar más. Si puedes ponerte una máscara de buceo y sumergirte un poco, vas a ver otro mundo. Los canales del sur de Chile, por ejemplo, son increíbles en biodiversidad.
Entonces, creo que necesitamos que el Mes del Mar no solo sea una celebración de la historia de nuestro país, sino también una oportunidad para conectar con el mar, conocerlo, valorarlo y cuidarlo.
¿Cómo vincularías tú las humanidades con la ciencia?
Las vincularía todo el tiempo. A veces a la gente le puede sonar un poco extraño que yo, siendo bióloga marina, me haya dedicado después hacia las ciencias sociales. Estudié un magíster en comunicación de la ciencia y un doctorado en comunicación —ciencias sociales, totalmente—, pero fue porque me di cuenta de que las ciencias naturales, por sí solas no son suficientes para lograr efectos concretos en conservación.
Necesitamos a las personas: somos nosotras y nosotros quienes estamos generando los impactos en la naturaleza. Por eso se necesitan también las ciencias sociales, para poder entender mejor este vínculo entre las personas, la naturaleza y sus usos. Así que están absolutamente conectadas las humanidades. Necesitamos entender mejor a las personas para poder generar impactos positivos en la conservación de la naturaleza.