El impacto de la acción humana ya afecta a más del 80% de los fragmentos remanentes del Bosque Atlántico

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Bosque Atlántico/Renato de Lima/USP
En términos de existencias de carbono, este deterioro equivale al desmonte de hasta 70 mil km² forestales, el equivalente a un monto que se ubica entre los 2.300 y los 2.600 millones de dólares en créditos de carbono

AGENCIA FAPESP/DICYT– Un estudio brasileño publicado en la revista Nature Communications revela que la acción humana ya ha provocado –directa o indirectamente– alguna pérdida de biodiversidad y de biomasa en más del 80% de los fragmentos forestales remanentes del Bosque Atlántico.

Según los autores, en términos de existencias de carbono, este deterioro equivale al desmonte de hasta 70 mil kilómetros cuadrados (km²) de bosques –una superficie equiparable a casi 10 millones de canchas de fútbol– y representa un monto situado entre los 2.300 y los 2.600 millones de dólares en créditos de carbono. “Estas cifras tienen implicaciones directas en los mecanismos de mitigación de los cambios climáticos”, afirman los científicos en el artículo.

El Bosque Atlántico, distribuido a lo largo de toda la costa brasileña, llegó a cubrir el 15% del territorio nacional (1.315.460 km² de extensión). En la actualidad queda alrededor del 20% del área original, porcentaje distribuido en fragmentos de distintos tamaños y diversas características.

Para estimar el impacto humano sobre estos fragmentos remanentes, los científicos se basaron en datos de 1.819 inventarios forestales elaborados por diversos grupos de investigación.

“Estos inventarios constituyen una especie de censo arbóreo. Los investigadores van al campo y determinan una determinada área que se estudiará, generalmente de 100 por 100 metros. Dentro de ese perímetro, todos los árboles son identificados, analizados y medidos”, explica Renato de Lima, investigador del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (IB-USP) y líder del estudio.

“Efectuamos un gran compilado de datos disponibles en la literatura científica y luego calculamos la pérdida promedio de biodiversidad y de biomasa en esos fragmentos estudiados, que representan el 1% del bioma. Posteriormente, mediante la aplicación de métodos estadísticos, extrapolamos los valores a los otros fragmentos no estudiados, estimando que los impactos serían constantes en todo el Bosque Atlántico”, comenta.

Tras identificar a las especies arbóreas en un fragmento, los investigadores analizan el tamaño de las semillas que producen y también aquello a lo que se le da el nombre de “grupo de sucesión ecológica”. Ambos factores, según De Lima, pueden indicar cuán sano se encuentra un bosque.“Existen plantas poco exigentes con relación a las características del lugar donde se van a radicar. Pueden crecer en terrenos baldíos, en pastizales o en los bordes de los bosques. A estas especies poco exigentes, tales como el ambay [Cecropia pachystachya], se las conoce como pioneras”, comenta el investigador.

En general, los árboles pioneros tienden a producir muchas semillas, pero de tamaño reducido. Como la posibilidad de que una de ellas crezca es pequeña, la estrategia de la especie consiste en ganar en cantidad. En el otro extremo se ubican las llamadas especies clímax, como el palo brasil (Paubrasilia echinata) o la canela americana (varias especies del género Ocotea), que crecen solamente en ambientes favorables. Son árboles que producen semillas mayores, con abundante reserva nutricional. “Estas semillas requieren una mayor destinación energética proveniente del árbol madre. Las áreas donde estas especies se encuentran presentes, en general, soportan una fauna más diversificada. Esta es, por ende, una señal indicativa de la calidad del bosque como un todo. En tanto, las áreas donde predominan especies pioneras, muy probablemente, han sido objeto de perturbación hace poco tiempo”, explica De Lima.

El grupo del IB-USP procuró mostrar de qué manera la pérdida de especies de final de sucesión ecológica se relaciona con la pérdida de biodiversidad en general y también con la pérdida de biomasa, es decir, con la merma de la capacidad del bosque para almacenar carbono, manteniendo ese gas de efecto invernadero fuera de la atmósfera. Los fragmentos forestales estudiados tienen en promedio entre un 25% y un 32% menos de biomasa, entre un 23% y un 31% menos de especies arbóreas y entre un 33% y 42% menos de ejemplares de especies de sucesión tardía, de semillas grandes y endémicas (que existen solamente en el área referida).

El análisis mostró también que la erosión de la biodiversidad y de la biomasa es menor dentro de las unidades de conservación de protección integral, fundamentalmente en las de gran extensión. “Cuanto menor es el fragmento de bosque y mayor el área de borde, más fácil es que la gente tenga acceso a esos fragmentos remanentes y cause impactos”, dice De Lima.

A juicio del investigador, la buena noticia es la que indica que las áreas forestales degradadas pueden recuperar su capacidad de almacenar carbono si se las restaura.“El enfoque en gran medida recae sobre el combate contra el desmonte y la restauración de áreas abiertas totalmente degradadas, tales como las pasturas. Estas dos estrategias son importantísimas, pero no podemos olvidarnos de los fragmentos que están en el medio del camino”, sostiene De Lima.

Según Paulo Inácio Prado, docente del IB-USP y coautor del estudio, esas islas forestales que restaron, de restaurárselas, pueden atraer miles de millones de dólares en inversiones relacionadas con los créditos de carbono. “Los bosques degradados pueden verse no como algo oneroso sino como una oportunidad para atraer inversiones, generar empleos y, al mismo tiempo, conservar lo que aún queda del Bosque Atlántico”, afirma.

De Lima cree que esta puede ser una estrategia atractiva para los propietarios de tierras en áreas protegidas del bioma. “No existe necesidad de disminuir el área agrícola: basta con incorporar biomasa en los fragmentos forestales. Y después, recuperar parte del costo de la restauración bajo la forma de créditos de carbono. No es posible pensar en el futuro del Bosque Atlántico sin considerar a los propietarios privados de las tierras, pues tan solo el 9% de los remanentes forestales se encuentra en áreas públicas.”

Un banco de datos

De acuerdo con De Lima, este estudio comenzó aún durante su posdoctorado, realizado con apoyo de la FAPESP- Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de São Paulo bajo la supervisión de Prado. Su objetivo consistía en develar cuáles son los factores más determinantes para la pérdida de biodiversidad y de biomasa en los fragmentos remanentes de Bosque Atlántico.

“Observamos que la acción humana tenía un gran peso. Tuvimos en cuenta actividades tales como el corte de madera, la caza y la invasión de especies exóticas, aparte de los efectos indirectos de la fragmentación forestal”, dice el investigador.

Los datos recabados en los 1.819 inventarios forestales que se utilizaron en la investigación se encuentran almacenados en un repositorio llamado TreeCo (las siglas en inglés de banco de datos de comunidades de árboles neotropicales), desarrollado durante el posdoctorado de De Lima y que actualmente sigue siendo administrado por el investigador. El contenido de la base de datos aparece descrito en un artículo publicado en la revista Biodiversity and Conservation. El banco se encuentra abierto para otros grupos de investigación interesados en compartir información relacionada con los bosques neotropicales.

“Este repositorio se transformó en un subproducto de mi proyecto de posdoctorado y actualmente más de diez doctorandos y maestrandos están haciendo uso de esta información en sus proyectos”, comenta De Lima.

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