La crisis sanitaria de la COVID-19 está planteando importantes cambios a nivel estructural, sociales y económicos, para poder acoger las medidas higiénicas y de protección que se estiman oportunas en cada momento. Por supuesto estos cambios están influyendo de manera clara también en el sistema educativo y de forma especial en la infancia. De cara al curso lectivo 2020-2021 la incertidumbre sobre cómo afrontar esta nueva situación sociosanitaria es altísima.
Muchos estudios científicos sobre la propagación de la pandemia advierten que permanecer al aire libre disminuye la probabilidad de contagio. Y otros tantos estudios han revelado ya que el contacto frecuente con la naturaleza no solo mejora la salud y aumenta las defensas, sino que favorece aspectos anímicos, emocionales e incluso sociales en las personas. Muchas son ya las experiencias de educación al aire libre, en entornos naturales, y se conoce bien cómo proceder pedagógicamente en las escuelas para integrar el currículum y los beneficios de la naturaleza en la experiencia educativa. Pero no es nueva esta idea de enfrentar una pandemia mundial sacando las clases fuera del aula. A principios del siglo XX, una grave epidemia de tuberculosis obligó a impartir las clases al aire libre, como medida para mantener las escuelas y la educación abiertas. Ahora, diversas entidades ambientales, educativas y pediátricas están reclamando una actuación parecida, pero esta vez acompañada de la correspondiente innovación pedagógica que se corresponde con los retos que enfrentamos socialmente en la actualidad.
Desde la Asociación de Educación en la Naturaleza (EDNA 2020) se ha lanzado una propuesta a nivel nacional para dar salida a los retos que la crisis sanitaria plantea en el sistema educativo, a través de un mayor contacto con el medio ambiente que rodea al alumnado. Utilizar los espacios exteriores cercanos al colegio o incluso entornos naturales y/o equipamientos ambientales un poco más alejados, con grupos de alumnos más reducidos, e implicando a toda la comunidad escolar en esas salidas, puede dar una respuesta saludable al problema que se presenta con el curso escolar. De igual manera, la Red de equipamientos de educación ambiental (REDEEA, 2020) ha propuesto un proyecto al Ministerio de Educación para apoyar el desarrollo de los programas educativos de los centros permitiendo al alumnado adquirir las competencias básicas prescritas en el currículum vigente y que incida, a su vez, en la reconexión con la naturaleza, para la recuperación de la salud física, psicológica y social tras el confinamiento.
Parece que ha sido clara la necesidad de contacto con la naturaleza tras el confinamiento, donde las familias han elegido preferentemente espacios abiertos y verdes para disfrutar de las primeras horas de ocio fuera de casa, al igual que de los deportes al aire libre. Y desconocemos cual va a ser la evolución de la pandemia a lo largo del curso escolar, por lo que plantear mayor contacto con la naturaleza no parece descabellado. Esta hipótesis de partida nos invita a estudiar más en detalle cual ha sido la percepción y el efecto en la infancia y en sus familias de la interacción con la naturaleza durante los meses de marzo y junio en pleno confinamiento y en los 3 meses siguientes tras el encierro. Y también sobre la experiencia académica vivida en casa, que parece haber sido difícil para un importante número de familias, niños y niñas.
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