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Hongos socios de los árboles: la red de micorrizas en los bosques

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Matamostas (amanita muscaria). Hongo introducido en Chile en los años 70´ con las plantaciones forestales. Es tóxico y su consumo puede ser peligroso.

Fuente Museo de Historia Natural de Concepción

 

Los hongos micorrícicos no solo pueden intercambiar alimento con un árbol a la vez, también pueden conectar diferentes árboles entre ellos, distribuyendo nutrientes a los que más lo necesiten. Con esta información, el Museo de Historia Natural de Concepción en conjunto con Viviana Salazar-Vidal, presidenta de la ONG Micófilos, y el especialista Götz Palfner, inauguran el Ciclo Fungi, con el fin de promover y fomentar el conocimiento y cuidado de este patrimonio natural.

Por Götz Palfner, profesor e investigador del área de Micología de la Universidad de Concepción.

Si has comido o incluso buscado setas u hongos silvestres, probablemente sabes que, por ejemplo, los changles (nombre científico: Ramaria) crecen solamente en bosque nativo donde hay Hualles o Coigües. En caso de la callampa del pino (nombre científico: Suillus), el nombre ya nos dice que se encuentra solo bajo los pinos introducidos. Podemos encontrar muchos hongos de suelo en bosques y plantaciones forestales que crecen solo debajo o cerca de ciertos árboles.

¿A qué se debe esta preferencia mutua? La respuesta hay que buscarla bajo el suelo. Las raíces más finas de casi todos los árboles existentes se encuentran colonizadas por hongos en búsqueda de alimento. Es en este nivel donde encuentran y absorben parte de los azúcares que las plantas producen mediante fotosíntesis en el dosel y que luego almacenan en sus tejidos, incluyendo sus raíces.

Pero estos hongos devuelven el favor y a su vez abastecen al árbol con agua y minerales que extraen del suelo con una impresionante eficiencia, propia de ellos. Ya alrededor de 1880, Albert Bernhard Frank, un investigador alemán, empezó a estudiar el rol nodriza que cumplen estos hongos en el bosque y en 1885 bautizó esta asociación simbiótica escondida en el suelo como “micorriza”, palabra griega que se traduce como “raíz fúngica” o “raíz-hongo” y que se sigue usando hasta el día de hoy en el mundo de la ciencia.

Mientras Frank y sus sucesores continuaban investigando y aprendiendo acerca de la micorriza, se dieron cuenta que esta simbiosis no es un fenómeno escaso o particular, sino que muy al contrario, existe en casi todos los ecosistemas del mundo. Incluso las primeras plantas terrestres que evolucionaron hace más de 400 millones de años, ya tenían sus micorrizas y fue probablemente por esta ayuda desde el Reino Fungi, que fueron capaces de colonizar la tierra en casi toda su extensión y formar la enorme diversidad biológica que hoy conocemos.

El internet del bosque

Hace algunos años sabemos que los hongos micorrícicos no solo pueden intercambiar alimento con un árbol a la vez; con sus redes microscópicas de células filamentosas, los designados micelios, también pueden conectar diferentes árboles entre ellos, por ejemplo individuos grandes y antiguos con arbolitos nuevos, o incluso árboles que pertenecen a diferentes especies (ej. Hualles con Coigües).

Estas redes micorrícicas comunes tienen la capacidad de distribuir nutrientes de forma más pareja en un bosque, desde donde sobran hacia donde faltan. Además trasmiten señales químicos entre los árboles, casi como el internet trasmite información electrónica, por lo cual algunos llaman esta red el “internet del bosque” o la “wood-wide web” (www) en inglés.

Son sobre todo los árboles más viejos y grandes, con las raíces más extensas y ramificadas, que mantienen la mayor diversidad de hongos micorrícicos y el mayor número de redes y conexiones comunes. Para seguir con la terminología del internet, son como los “servidores” principales en un bosque.

Cuando se talan estos árboles antiguos o un bosque entero, las redes micorrícicas se degeneran o desaparecen completamente y con ellas varias o todas las especies de hongos involucradas; su regeneración puede durar cientos de años. Por eso una plantación forestal que se cosecha cada 20 o 30 años, nunca alcanza a formar las mismas redes micorrícicas y cumplir las mismas funciones ecológicas como un bosque natural centenario o milenario.

Piratas las redes micorrícicas

Y finalmente, como hay piratas en el internet, también existen en las redes micorrícicas del bosque. Se trata de las designadas plantas aclorofílicas, plantas que crecen típicamente en el sotobosque más oscuro, que han perdido la capacidad de fotosintetizar, pero igual se conectan a la red de micelios de hongos micorrícicos, robando todos los nutrientes que necesitan sin entregar nada en cambio.

En Chile, la flor araña (nombre científico: Arachnitis uniflora) es uno de estos parásitos de las redes micorrícicas. Sin embargo, como son plantas pequeñas y por ende muy modestas en su consumo de nutrientes, probablemente no afectan mucho el abastecimiento de los otros socios de la red y por ende igual forman parte de la gran diversidad biológica que podemos observar en nuestros bosques.

Ciclo Fungi

Con el fin de promover el conocimiento del Reino Fungi y fomentar la valoración y cuidado de este patrimonio natural, es que el Museo de Historia Natural de Concepción en conjunto con Viviana Salazar-Vidal, presidenta de la ONG Micófilos, y el especialista Götz Palfner, profesor e investigador del área de Micología de la Universidad de Concepción.

Esta iniciativa contempla la entrega de información en profundidad, a través de notas en la página web, afiches informativos, microchalas, talleres para la infancia y el lanzamiento de un juego especializado de Fungi, cuya programación será dada a conocer a través de las redes sociales del Museo.

 

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