Por César Astete, Director de las Campañas de Pesquerías de Oceana
Uno de los ecosistemas más importantes de los océanos son los bosques y las praderas de algas, presentes a lo largo de toda la costa del país y de los que existen muchas especies, entre ellas, el huiro, la luga o el cochayuyo.
Los bosques forman ecosistemas únicos, llenos de vida y proveen una serie de beneficios, no solo para las especies que allí habitan, sino que también para los seres humanos. Pocos saben de su gran contribución al planeta, pero bajo el mar existen extensas zonas donde abundan ejemplares que pueden llegar a alturas de hasta 40 metros, similar a lo que mide un roble o un alerce, contribuyendo a la captura de carbono, a la liberación de oxígeno a la atmósfera y aportando en la reducción de la contaminación marina por nutrientes. Estos bosques, además, proveen hábitat para numerosas especies marinas, incluyendo aquellas relevantes para el sector pesquero artesanal, como el loco y el erizo rojo.
Los bosques submarinos proveen también trabajo y sustento económico a recolectores y recolectoras de orilla que toman las algas que naturalmente varan en las costas, y los buzos, que trabajan en la extracción de éstas mediante el barreteo. Hay varios ejemplos positivos, especialmente en las regiones de Atacama y Coquimbo, de un manejo sustentable del recurso a través de la administración asociativa que utiliza la pesca artesanal alguera, y que ha permitido una actividad sostenida durante muchos años.
Por un lado, se encuentran las Áreas de Manejo de Recursos Bentónicos (AMERB) donde las organizaciones de pesca artesanal administran un banco natural, realizando informes de seguimiento anual y con el respeto por los ciclos de cada especie. Por otro lado, encontramos los Planes de Manejo que operan por bahías o, de forma regional, como es en Atacama. Acá un conjunto de organizaciones constituye un Comité donde toman acuerdos sobre cómo manejar la pesquería para que sea sostenible a través de un Plan de Manejo que involucra variables ambientales, ecológicas, económicas y sociales.
Sin embargo, este sector también se ve enfrentado a situaciones no deseadas como la extracción ilegal mediante el barreteo. Esto se da fundamentalmente en las zonas de libre acceso y se transforma en una amenaza para la actividad en su conjunto debido a que atenta contra la conservación de los bosques y tiene efectos sobre los precios del alga legal.
Otra situación preocupante es que no existe información oficial sobre el estado de conservación de los distintos tipos de algas. Si consideramos que especies como el huiro negro, el huiro palo y el huiro flotador han tenido una enorme expansión de desembarques y precios en los últimos años, uno de los pilares de la toma de decisiones debería ser contar con una buena información como línea de base.
Un camino de solución a este tipo de problemáticas puede ser el avance del proyecto de ley, conocido como ley bentónica, hoy en su tercer trámite legislativo en el Congreso, y que introduce mejoras al manejo y administración de los recursos bentónicos. En esta dirección quisiera destacar a lo menos tres aspectos relevantes que contiene el proyecto para el manejo y administración de las algas:
- Se reconocen las técnicas y utensilios que utilizan las recolectoras y recolectores, así como también los buzos mariscadores.
- Se define qué se entenderá por barreteo y se establece una regulación específica que permitirá definir qué especies y zonas se pueden resguardar.
- Se fortalecen los comités de manejo y científico incorporando puntos de referencia biológicos u otros de escala local o regional. Además de los programas de recuperación como medida de manejo que actualmente solo existían para peces.
Si bien los desafíos siguen siendo variados, resulta relevante valorar el esfuerzo de las organizaciones de pesca artesanal por la sostenibilidad de la actividad. De ellos han nacido propuestas de trazabilidad, certificación, planes de manejo, entre otras. Esperamos que la aprobación de la ley bentónica sirva de impulso para generar un plan de trabajo o, por qué no, una Política Nacional de Algas donde se incentive la innovación, el cultivo, el repoblamiento y los modelos asociativos de co-manejo donde existe amplia experiencia de las comunidades costeras.