El anfibio más famoso de Chile vocaliza para aparearse, pero también, al parecer, para relacionarse y marcar territorio. Un canto agudo, que podría confundirse con un pájaro, que el biólogo José Manuel Serrano estudió para su tesis de doctorado.
El biólogo mexicano José Manuel Serrano llevaba por casualidad una grabadora aquel día. Estaba trabajando en la búsqueda de espacios de anidación de la rana chirriadora en la ciudad de Xalapa, en Veracruz, y no había encontrado lo que buscaba: huevos depositados en grietas de difícil acceso. A falta de éstos, decidió grabar el canto de algunos ejemplares, notando que uno de ellos era hembra, un fenómeno inusual y poco registrado en el mundo de los anuros (ranas y sapos).
Era agosto de 2007, Serrano realizaba una maestría en ciencias en el Instituto de Ecología A.C. en Veracruz, y sintió el hallazgo como un momento epifánico.
—Ese día cambió mi vida y gran parte de lo que ha sido mi trabajo en los últimos años —recuerda el investigador, de 35 años, que hoy estudia un posdoctorado en el Laboratorio de Comunicación Animal de la Universidad Católica del Maule.
Desde entonces, el canto de las ranas se transformó en su objeto de estudio y la bioacústica -la rama de la zoología que estudia los sonidos que emiten los animales-, en el instrumento que le permite analizar las vocalizaciones emitidas por los anfibios, el grupo de vertebrados más amenazados del planeta.
—Son altamente vulnerables a cualquier cambio en su hábitat —dice el biólogo—, susceptibles a la contaminación, a los cambios de patrones de humedad y sensibles, en general, a lo que hoy reconocemos como cambio climático.
El biólogo José Manuel Serrano realizando su investigación en el Parque Tantauco (Foto de portada: Miguel Ángel Sicilia).
En México, cuenta, los especialistas en bioacústica trabajaban casi exclusivamente con aves, lo que lo obligó a mirar fuera de su país. Así fue como averiguó que en Chile existía un especialista, Mario Penna, que estudiaba el sonido de los anfibios desde hace 40 años. Entusiasmado con la idea de profundizar en su nueva obsesión, postuló al Doctorado en Ciencias con mención en Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Chile, ingresando en marzo del año 2013.
Si bien en un comienzo tenía varios temas para desarrollar su tesis, no se decidió hasta que Claudio Soto, director del Centro de Investigación para la Sustentabilidad de la Universidad Andrés Bello, lo invitó a terreno, con parte de su equipo, a buscar el más famoso de los anfibios chilenos: la ranita de Darwin.
También conocida como rana narigona, por su cabeza triangular y puntiaguda, esta especie de la familia Rhinodermatidae es uno de los anfibios más pequeños del planeta -no supera los tres centímetros-, habita entre las regiones del Biobío y Aysén, y ha sido catalogada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) como una especie en peligro de extinción, símbolo de la creciente pérdida de biodiversidad en todo el planeta.
“Probablemente esas vocalizaciones ayuden a regular ciertas delimitaciones en los espacios y respondan a un principio de estratificación social o estatus”, dice Serrano.
Serrano sabía de las cualidades excepcionales de esta especie, particularmente de su forma de incubar sus larvas —adentro del saco bucal de los machos, un proceso llamado neomelia—, pero tenía muy poca noción de su comportamiento en la vida silvestre, lo que le generaba interrogantes sobre el proyecto.
—Lo veía un poco arriesgado, debido a que existen muchas poblaciones identificadas, pero son muy pequeñas —explica—. Algunas apenas tienen entre tres y diez individuos. Ese era el principal temor. Lo otro es que necesitan condiciones ambientales muy especiales para cantar, como cierto nivel de humedad y calor. Todos esos factores hacían arriesgada la investigación.
Durante un período de cinco meses, entre octubre de 2015 y febrero de 2016, viajó a Chiloé, cada quince días, intentando descubrir si los cantos de machos y hembras eran usados como señales de reconocimiento sexual en la interacción social de esta especie. El estudio lo delimitó a un área de 250 metros cuadrados y estableció una suerte de censo de ranas cantoras. Cada ranita de Darwin tiene un patrón de manchas en su vientre —blancas, negras o amarillas— que la hace única; una huella digital que permite identificarla entre los distintos individuos.
La ranita de Darwin, uno de los animales más pequeños del planeta, hoy en riesgo de extinción.
La información la recolectaba de la siguiente forma: primero capturaba un sonido, luego lo reproducía a través de un parlante y, a continuación, esperaba una respuesta al estímulo por parte de algún sujeto determinado. Su kit portátil estaba compuesto por una grabadora, un micrófono, un pequeño parlante inalámbrico y un termómetro para medir la temperatura. Todo al aire libre.
—La idea era entender cómo interactuaban cuando nosotros les poníamos estos sonidos, es decir, cómo responden los machos al canto de un macho, y cómo responden al canto de una hembra. Y viceversa —dice.
En el mundo existen alrededor de siete mil especies de ranas y sapos, y se sabe que, en el caso de las hembras, no son más de cincuenta las especies que vocalizan. Un canto que, por lo demás, se diferencia notoriamente del de los machos, lo que hace que el sexo de los ejemplares se pueda reconocer a través de la voz. La rana de Darwin, sin embargo, es una excepción a la regla, pues el sonido que emiten las hembras es muy similar al de los machos, provocando una dificultad en el reconocimiento de la identidad sexual de los individuos.
Por lo general, el canto de los machos —y el de las hembras— es considerado una forma de cortejo en el mundo animal. Un método de seducción y conquista, que expresa el deseo y la disponibilidad para aparearse de los individuos. Pero en su tesis doctoral, titulada El rol de las señales acústicas en las interacciones sexuales y la estructura social de la ranita de Darwin, Serrano descubre que las relaciones vocales de este anfibio no sólo expresan seducción, sino también una forma de relacionarse socialmente, mediante el canto, entre unas y otras.
—Probablemente esas vocalizaciones ayuden a regular ciertas delimitaciones en los espacios y respondan a un principio de estratificación social o estatus. Porque hay una cosa que ocurre en esta especie y que me parece atípica: en general los anuros, cuando cantan, tienen conductas agresivas entre machos, pero en el caso de la rana de Darwin esto no se cumple. No se agreden si hay dos individuos cerca y tampoco utilizan un canto distintivo. Eso me lleva a suponer que existe una regulación que no está mediada por un conflicto —dice el biólogo.
El canto de la rana de Darwin se incrementa en noviembre, durante el principio de la época reproductiva, particularmente en los machos. Es bastante agudo y puede confundirse con el silbido de un pájaro.
El canto de la rana de Darwin se incrementa en noviembre, durante el principio de la época reproductiva, particularmente en los machos. Es un canto bastante agudo, que puede confundirse con el silbido de un pájaro. Los anfibios en general cantan por debajo de los 2.500 hertz y las aves empiezan en ese rango.
—La rana de Darwin está en el umbral, no se distingue bien si es una rana o un pájaro, por la frecuencia en la que canta —aclara Serrano.
En su etapa de postdoctorado, el biólogo seguirá trabajando con la pequeña especie en peligro de extinción. Pero esta vez pretende ir más allá: pasará de la bioacústica a la comunicación multimodal. O sea, no sólo incorporará el sonido sino señales químicas, patrones visuales, movimientos, gestos. Algo que Serrano describe como una nueva frontera.
—Sabemos que el sonido es importante, pero también sabemos que existen más claves en la comunicación de la especie. Hemos percibido señales químicas que los anfibios secretan por la piel y es algo tan misterioso que no sabemos qué es. Tienen una cantidad de nervios en la zona nasal, expelen químicos para alejar a depredadores y proteínas que poseen componentes informativos. Es una manera de ver de forma más integral la comunicación. Es como entrar a una nueva dimensión o a un mundo que todavía no se ha fundado.
Vía Explora Conicyt, texto: Claudio Pizarro