Para comprender la crisis del coronavirus que vivimos y cómo podemos evitar su repetición, es necesario, en primer lugar, tener claro su origen. Como señala la ONU, las epidemias zoonóticas surgen y, lo que es peor, seguirán produciéndose (“los científicos no tienen dudas al respecto”) debido al creciente desequilibrio ecosistémico y otros fenómenos asociados a él.
Estos procesos no son fruto de una conspiración ni una venganza de la naturaleza, sino el resultado de una predecible y anunciada cadena causal.
Los trágicos incendios que asolaron en agosto de 2019 la Amazonia, en buena medida provocados con el fin de ganar tierras para la ganadería, son un ejemplo de la presión que se ejerce sobre los ecosistemas. Otra consecuencia de un modelo de desarrollo que destruye la biodiversidad y arrasa las tierras de los habitantes originarios.
Hasta ahora, la mayor parte de los habitantes del Norte y el Sur global manifestaba una gran indiferencia hacia lo que creía que solo afectaba a pueblos indígenas de territorios lejanos. ¿Seguirá pensando lo mismo si se les informa correctamente sobre el origen de la pandemia que ahora también trastorna su vida cotidiana y amenaza lo que Ulrich Beck llamaba “seguridad ontológica”?
El salto de los nuevos virus al ser humano se produce por una serie de causas relacionadas entre sí: la destrucción de la biodiversidad, la deforestación, las condiciones insalubres y el despiadado trato a los animales tanto en la ganadería industrial de Occidente y Oriente como en la caza, el tráfico ilegal y los mercados húmedos asiáticos de animales vivos y la invasión del hábitat de los animales salvajes por asentamientos humanos. También las industrias extractivas y explotaciones agrícolas y ganaderas intensivas, el cambio climático, el mal uso de los combustibles fósiles, la hipermovilidad y una globalización neoliberal que solo atiende al beneficio económico a corto plazo.
Neoliberalismo y patriarcado
Precisamente, “el neoliberalismo global es uno de los avatares históricos del patriarcado originario”. La voluntad de dominación sobre el otro reside en el corazón mismo del patriarcado desde su origen y ha ido tomando distintas formas a través del tiempo.
En su Política, Aristóteles, filósofo admirable en tantos aspectos, afirma que mujeres, esclavos (bárbaros) y animales son para el hombre libre. Constituyen medios a los que el hombre racional ha de dar una finalidad.
Las mujeres han sido identificadas con la naturaleza frente al varón asimilado a la cultura. La compasión y el cuidado han sido feminizados y devaluados. La reducción a cuerpos útiles es el destino común de quienes sufren dominación. Son para otros, son naturaleza. La legitimación de la violencia es el corolario de la cosificación.
En la actualidad, antiguas formas de cosificar y dominar a las mujeres pobres como la prostitución u otras nuevas como los vientres de alquiler se convierten en industrias transnacionales y son maquilladas con el lenguaje del libre consentimiento. En su expansión sin límites y su racionalidad economicista, el patriarcado neoliberal coloniza sin cesar territorios y cuerpos humanos y no humanos.
Pero la visión dualista andro-antropocéntrica que entiende al hombre como algo infinitamente superior y desconectado de la naturaleza es, además de equivocada, profundamente peligrosa. Podríamos decir que es suicida, ya que lleva a creer que se puede subsistir a base de dominación y desprecio del cuidado, destruyendo el tejido social y vital que nos sustenta.
Frente a la compasión, la solidaridad y la justicia, el neoliberalismo ensalza cínicamente el cálculo egoísta del Homo economicus. Frente a los valores del cuidado y el principio de la precaución, el neoliberalismo propone la dominación y el principio del riesgo.
El papel de los cuidados
La filosofía ecofeminista adopta la ética del cuidado desarrollada por pensadoras como Gilligan y Noddings, pero añade el mundo natural entre los objetos de su atención. Es un pensamiento que ha subrayado desde sus comienzos la importancia de los cuidados.
¡Pero cuidado con el cuidado! No se trata de elogiarlo para seguir cargando con todo su peso. Los hombres han de asumirlo también y debemos reforzar un estado del bienestar que lo proporcione. La pandemia del coronavirus nos permite constatar la necesidad de defender las prestaciones sociales de este modelo político tan denostado en las últimas décadas. Un modelo erosionado por los gobiernos neoliberales de numerosos países que encontraron legitimación intelectual en la idea de un estado mínimo de filósofos del libertarianismo como Nozick y Buchanan.
Las mujeres hemos sido muy perjudicadas por su retroceso. Tanto en el ámbito doméstico como en el asalariado, la mayoría de los trabajos del cuidado son realizados por mujeres que se ocupan de las personas en los períodos de la vida en que estas son más dependientes: infancia, enfermedad y vejez. Estas tareas son poco reconocidas y mal, o nada, remuneradas.
Hoy la pandemia nos obliga a recordar que el ser humano no es independiente del otro, que no puede subsistir sin cuidados porque es extremadamente vulnerable.
Ahora bien, el estado que necesitamos en el siglo XXI tiene que integrar la reconversión ecológica necesaria para afrontar los grandes retos de nuestro tiempo, como sostiene Dina Garzón, coordinadora de la Red Ecofeminista. Tendrá que ser un estado del ecobienestar.
Es difícil que todas las personas salgan de esta crisis con la convicción y la energía necesarias para cambiar el rumbo que nos está llevando al colapso. Pero, al menos, esta pandemia nos ha enseñado que los escenarios distópicos están muy cerca y que la aparente solidez de la normalidad puede desvanecerse en pocos días cuando está construida sobre pilares inadecuados.
La verdadera victoria que impida la repetición de esta catástrofe radica en superar la herencia patriarcal, revalorizando las tareas del cuidado hacia humanos, animales y ecosistemas, reforzando el carácter social del estado, defendiendo la sanidad pública y dejando atrás el modelo de desarrollo insostenible y de globalización neoliberal ecocida y genocida.
Hoy estamos en confinamiento debido a la deriva económica y social irresponsable de una voluntad de poder infinita en un mundo finito. Aprovechemos esta pausa forzada para escuchar otras voces, para pensar y explorar otro mundo posible.