Los conocimientos como comunes en la nueva constitución

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Publicación de Chile Científico

A Bastián Arriagada, doble víctima de los conocimientos como bienes privados.

Claudio Gutiérrez & Mercedes López*. Este artículo se trabajó junto a periodistas, científicas y científicos de diversas disciplinas en el marco del Taller Malón de CHC.

Estamos viviendo una crisis de la manera tradicional de abordar el ámbito de los conocimientos. Esto se refleja, entre otras cosas, en un creciente reconocimiento de la existencia de una gran diversidad de disciplinas, metodologías y saberes; en los dilemas actuales en la forma de producir conocimientos en la academia; en los intentos fallidos de reducirlos a un simple medio de producción; en la aguda crisis de la noción de propiedad intelectual; en la insostenible diferencia social entre les investigadores en diferentes roles; pero sobre todo, en el creciente reconocimiento que los conocimientos no son, ni deben ser, un asunto de elite.

Chile no está ajeno a ello. A esta crisis epocal, hay que sumarle la tradicional dependencia histórica de nuestro país de los grandes centros mundiales de producción de conocimientos y la pesada herencia mercantilista e individualista de la producción, manejo y difusión de los conocimientos impuestos durante estos últimos 40 años (sin compromiso social ni visión estratégica de país). La gesta del 18 de octubre de 2019 consolidó el plebiscito del 25 de octubre de 2020 y nos entrega la esperanzadora posibilidad de repensar y construir nuestro futuro entre todes. Los tiempos que vivimos requieren de una resignificación de los que somos y de la forma en cómo hemos estructurado nuestras sociedades.

Desde el 18-O y durante la pandemia, la democracia, la participación y la igualdad son tres palabras que se repiten en cada rayado y pancarta. En ellas también, cómo se genera y se reproducen los conocimientos ha desempeñado un rol central. ¿Cómo cristalizar esto en la nueva constitución? ¿Cómo codificar la idea que asegure que los saberes, ciencias y conocimientos, así como su valoración, uso, promoción y desarrollo son un asunto de la comunidad? ¿Cómo desapegar los conocimientos del tratamiento clásico que se les ha dado como bienes fundamentalmente privados? Estas son las preguntas que nos interpelan y que nos invitan a repensar la manera de abordar los conocimientos en nuestro país.

Los conocimientos como comunes

En los tiempos que vivimos, han ocurrido dos movimientos que le devuelven a los conocimientos sus características esenciales. Por un lado, dejan de ser una cosa de elegidos, de especialistas, de expertos, y cada vez más personas los producen, consumen y comparten. Por otro lado, a esa élite que se había autoelegido como los dueños, custodios y gestores del saber, se le hace cada vez más complejo mantener los cercos y candados que impusieron y que impedían su goce por todes [1].

En este proceso, nuevas formas de sociabilidad y nuevas tecnologías (particularmente las digitales) han jugado un rol importante, abriendo la posibilidad de desarrollar los conocimientos de manera comunitaria, sin claros límites de autoría. Un ejemplo temprano es el desarrollo del software abierto, donde el código y las variantes del producto se desarrollan comunitariamente. A su vez, se hace cada vez más difícil excluir a otras personas de los conocimientos. Héroes digitales modernos como Aaron Schwartz, Julian Asange, Edward Snowden y Alexandra Elbakyan lo han mostrado pagando con su vida o con su libertad.

Todo ello muestra que los conocimientos tienen muchas características para ser abordados como “comunes», es decir, recursos compartidos por un grupo de personas. No son directamente públicos ni privados. El lenguaje es un buen ejemplo de común. No es un recurso privado, pero tampoco es público en el sentido de un servicio institucional o gubernamental, sino que es una expresión de colaboración y es mantenido y desarrollado por una comunidad.

Los comunes tampoco son públicos, en el sentido restringido de ser de libre acceso o goce, sino que son mucho más que eso; son creados y recreados por todes. Por otro lado, que no sean privados no significa que no sean de nadie, ni que esos recursos surjan solos, ni que se mantengan solos. Como lo definen Hess y Ostrom [2], los comunes son recursos compartidos por un una comunidad que están sometidos a dilemas sociales como la competencia, el parasitismo, la sobreexplotación o la extinción. Diseñar normas e instituciones que realcen, que mejoren, la producción y uso de comunes es, según estas autoras, un gran desafío: «un diseño efectivo requiere de exitosa acción colectiva y conductas de auto-gobierno; confianza y reciprocidad; y el diseño continuo y/o la evolución de reglas apropiadas.»

Cuando esos recursos son grandes, complejos y diversos, como los conocimientos, esto es más relevante aún, pues las personas tienen o pueden tener una falta de comprensión común de su dinámica, y frecuentemente tienen intereses substancialmente diversos [3].

A propósito de la pandemia: el caso de los conocimientos sanitarios

La experiencia única de la pandemia que vivimos, nos devela con crudeza, que las prácticas y los conocimientos en salud, lejos de ser un asunto de privados y más allá de lo público, poseen todas las características de un bien común. La salud, entendida como el bienestar físico, mental y social [4], es un recurso generado, construido y mantenido por todes les miembres de una comunidad, en un espacio amplio y compartido de múltiples dimensiones que incluyen el cuidado, la educación, la comunicación y la generación de nuevos conocimientos y aprendizajes.

Como en otros ámbitos de la experiencia humana y social, en la salud se conectan e interrelacionan distintos tipos de conocimientos: biomédicos, sociales y económicos, prácticas populares, etc. Por su enorme complejidad, el conocimiento sanitario es difícil de desagregar sin perder en ese camino una parte importante de la realidad y, de los beneficios de la aplicación de ese conocimiento para el bienestar de las sociedades. Sin embargo, en las últimas décadas el conocimiento biomédico, por ejemplo, se ha ido privatizando, entregándole su gestión a las grandes farmacéuticas y a los consorcios de salud.

Esto ha cercado artificialmente los saberes, dividiendo la propiedad de estos en pequeños fragmentos, aislándolos de su entorno social y produciendo un aumento de la competencia por recursos sanitarios cada vez más especializados. A su vez, esto ha profundizado la creciente “molecularización” de la investigación biomédica focalizada en encontrar «balas de plata» que curen enfermedades [5]. Todo este circuito se ha estructurado bajo la lógica del lucro como incentivo principal que, lejos de lograr los beneficios que se prometían, ha encarecido la salud, incrementando las brechas entre las poblaciones más ricas y más pobres [5].

Para entender la salud como un común se requiere del diseño de un nuevo sistema público integrado al lugar donde viven, estudian, investigan y trabajan las personas. También se necesita de nuevos planes de estudios para formar les trabajadores del área sanitaria, de nuevas formas de investigar, y de la construcción de un marco ético sólido que permita la difícil gestión de los recursos sanitarios comunes. Sin duda existen otros desafíos que considerar como la brecha digital, la resignificación de los conocimientos populares (por ejemplo, el saber hacer del cuidado diario) y la organización y gestión de los recursos sanitarios. El nuevo marco constituyente abre las posibilidades de cuidar(nos) a través de redes formales e informales de apoyo mutuo y colaboración, como ya hemos visto en Chile en el último año durante la revuelta social y la pandemia. En síntesis, la salud entendida como un recurso común sería más humana, eficaz y ética que nuestro sistema actual [6].

Los conocimientos en una nueva constitución

Abordando los conocimientos de salud y de todo tipo como comunes, se podrían desbaratar los cercos, romper las jerarquías, enriquecer la experiencia humana, abordar entre todes nuestro futuro y hacer crecer la democracia. Para ello, necesitamos de una comunidad activa, que funcione de acuerdo a reglas evolutivas, comprendidas y cumplidas por todes. En particular, los «profesionales» del conocimiento, necesitamos salir de la comodidad y del poder que nos da el modelo de abordaje tradicional de los conocimientos. De este modo, los conocimientos no serán solo un asunto y patrimonio de un sector de la sociedad, sino que su ciclo formará parte integral de toda sociedad. Ello pone un gran desafío para la nueva constitución.

C. Gutiérrez es académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas;
M. López es académica de la Facultad de Medicina; ambos de la Universidad de Chile. Ambos participan en la Asamblea por el Conocimiento y la Investigación (ACIC).

Citas;

  1. James Boyle. El segundo movimiento de cercamiento y la construcción del dominio público. Versión castellana y extendida de: “Fencing off Ideas” [Ponerles una cerca a las ideas], Daedalus, vol. 131, n o2, 2002, págs. 13-25.
  2. Charlotte Hess & Elinor Ostrom, Ideas, Artifacts, and Facilities: Information as a Common-Pool Resource, 66 Law and Contemporary Problems 111-146 (2003)

    https://scholarship.law.duke.edu/lcp/vol66/iss1/5

  3. Charlotte Hess and Elinor Ostrom (Editors) Understanding Knowledge as a Commons. From Theory to Practice. MIT Press 2007.
  4. Declaración de Alma Ata. Disponible en: http://www.medicina.uchile.cl/vinculacion/extension/declaracion-de-alma-ata.
  5. Richard Jones and James Wilsdon. The Biomedical Bubble. Nesta. 2018.

    https://www.nesta.org.uk/report/biomedical-bubble/

  6. Christine K. Cassel and Troyen E. Brennan. Managing Medical Resources: Return to the Commons? JAMA. 2007. 297(22): 2518-21.
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