CONICET/DICYT La estepa patagónica se extiende por más de 800.000 km2 en el sur del continente sudamericano. Sus condiciones extremas albergan una gran diversidad biológica exclusiva, adaptada al rigor del clima. A su vez, ha sido identificada como una de las ecorregiones terrestres más vulnerables. Sin embargo, a pesar de abarcar un cuarto del tamaño de la Argentina, está proporcionalmente poco representada en el sistema de áreas protegidas del país.
Cuando se piensa en la protección de la biodiversidad, los esfuerzos de priorización se han centrado en identificar lugares con altos niveles de riqueza de especies. Pero muchas veces es necesario mirar más allá de la diversidad taxonómica y comenzar a considerar otras perspectivas, dimensiones y niveles de la biodiversidad e integrarlos entre ellos, como es el caso de la diversidad genética intraespecífica (DGI).
Investigadores del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV, CONICET-UNC) y en el Instituto de Botánica Darwinion (IBODA, CONICET-ANCEFN) evaluaron el impacto del uso actual de la tierra y las anomalías climáticas futuras sobre la DGI de las plantas con flores que habitan la estepa patagónica, con el fin de identificar áreas de refugio y de riesgo para las especies y así poder establecer estrategias de conservación más adecuadas. Los resultados del estudio fueron publicados en la revista Biological conservation.
El papel de la evolución en la conservación
Producto de las actividades humanas, hoy se observan tasas de extinción de especies sin precedentes en numerosos ecosistemas de la Tierra. Las principales causas detrás de esta pérdida de biodiversidad son el cambio climático y la transformación de los ambientes naturales.
“Cada vez más comprendemos que conservar los procesos evolutivos y ecológicos es más eficiente que los enfoques basados en especies. La DGI es la base fundamental para el cambio evolutivo y es una métrica esencial de la biodiversidad. Por un lado, refleja el papel de las condiciones ambientales pasadas sobre la distribución de los organismos y, por lo tanto, es una medida sintética de la historia evolutiva de las poblaciones. Por el otro, es una métrica que resume el potencial evolutivo de las especies para responder a las condiciones ambientales futuras”, afirma Matías Baranzelli, investigador del CONICET en el IMBIV y primer autor del artículo.
Sin embargo, la DGI es escasamente considerada en las estrategias de planificación y conservación. De acuerdo con el investigador, incluir esta dimensión de la biodiversidad constituye un enfoque más preciso y completo para evaluar los procesos evolutivos y ecológicos que definen a los ecosistemas, y permite incluir el continuo evolutivo en las estrategias de conservación, para que sean más dinámicas y eficientes.
El impacto del clima y del uso del suelo en la biodiversidad
“En este trabajo evaluamos el impacto sinérgico del uso actual de la tierra y las anomalías climáticas futuras sobre la DGI de las plantas con flores que habitan la estepa patagónica, con el objetivo de identificar áreas de refugio para las especies y áreas de riesgo. A partir de datos provenientes de estudios en los campos de la ecología, la evolución y la biogeografía, que se realizaron en los últimos 20 años, obtuvimos más de 5 mil secuencias de ADN para 2815 individuos de 24 especies de plantas en 340 localidades de la región”, comenta el investigador.
Al explorar la relación espacial entre los patrones de DGI a lo largo de la estepa, se encontró una asociación significativa y positiva con la riqueza de especies. Es decir, donde habitan más especies de plantas, la diversidad genética es mayor.
“Luego evaluamos el efecto del cambio climático y el uso de suelo a lo largo de la estepa patagónica. Para ello definimos lo que denominamos escenarios antropocénicos: por un lado, áreas de refugio, aquellas con anomalías climáticas proyectadas por debajo del promedio para toda la región y un uso de la tierra actualmente moderado; y, por otro lado, áreas de alto riesgo, con anomalías climáticas proyectadas por encima del promedio regional y un uso de la tierra actual moderado o fuerte”, explica Baranzelli.
Las áreas de refugio se extienden al sur de la estepa en aproximadamente el 36 por ciento del área total, mientras que las áreas de riesgo ocupan el 64 por ciento, principalmente al norte de la estepa patagónica. Esas áreas al sur de la estepa podrían actuar como potenciales refugios climáticos y de hábitat para la biodiversidad, y además permitirían establecer estrategias de conservación más adecuadas teniendo en cuenta el cambio climático y la degradación del hábitat actual. Sin embargo, solo el 1,8 por ciento de las áreas de refugio se superponen con las actuales áreas protegidas. Por lo tanto, para Baranzelli, la expansión de estas últimas y la articulación de sus políticas de conservación debe ser una prioridad para la región.
“En un mundo de crecientes demandas y de presión por el uso de los recursos naturales, nuestro desafío continúa siendo la vinculación del conocimiento de la biodiversidad y su conservación. Al proteger las áreas de la Patagonia con alta diversidad genética, que coinciden con alta riqueza de especies y endemismo, no sólo resguardaremos la biodiversidad, sino también mecanismos históricos claves que promovieron dicha diversidad”, señala el investigador.
De acuerdo con Baranzelli, este trabajo sienta las bases de la trascendencia que tiene incluir la DGI en las estrategias de conservación. Se trata del primer intento de sintetizar y armar una base de datos que permita considerar la diversidad genética en medidas de conservación.
“Destacamos la necesidad de una amplia gama de estrategias de conservación dentro y entre las áreas patagónicas, principalmente mitigación al norte y conservación al sur, y de la implementación de nuevas investigaciones, como estudios a campo sobre el efecto ya en marcha del uso de suelo y del cambio climático, y la generación de modelos espacialmente predictivos a partir de la información y resultados aquí obtenidos. Todo esto, en pos de enfrentar los desafíos que nos toca vivir y para poder salvaguardar la biodiversidad de las plantas del fin del mundo”, finaliza el investigador.