El crecimiento de la urbanización ha producido, entre otras cosas, el distanciamiento de los entornos naturales, y, a su vez, éste conlleva numerosos efectos negativos en la salud física y mental de las personas (Taylor y Kuo, 2006). Para describir el conjunto de estos síntomas se ha propuesto el uso del término de «síndrome de déficit de la naturaleza» (Louv, 2008). En el caso de los niños, las investigaciones han demostrado que la desconexión del mundo natural afecta a su salud física y mental y, a su vez, da lugar a una menor preocupación y respeto hacia el medio ambiente (Wells y Lekies, 2006). Algunos trabajos sobre el efecto restaurador de la naturaleza en niños demuestran que el contacto directo con la naturaleza mejora el rendimiento cognitivo de los niños (Wells, 2000), les ayuda a olvidarse de sus problemas, a reflexionar, a sentirse libres y relajados (Koperla, Kytta y Hartig, 2002) y disminuye los síntomas de niños que sufren de déficit de atención crónico (Taylor, Kuo y Sullivan, 2001). En un estudio previo al presente se encontró una correlación de -.746 entre naturaleza cercana y estrés percibido en una muestra de niños irlandeses (Corraliza y Collado, 2008).
El estudio de los efectos positivos que el contacto directo con la naturaleza tiene sobre los niños ha sido explicado en función de la hipótesis buffering o hipótesis moderadora. A partir del trabajo de Baron y Kenny (1986) se sostiene que el contacto directo con elementos naturales tiene un efecto moderador que protege («amortigua») los efectos negativos producidos en los niños al ser expuestos a situaciones adversas y estresantes. Esta hipótesis ha sido confirmada, entre otros ámbitos, en la explicación que el apoyo social tiene en la reducción del nivel de estrés en muestras de adolescentes (Jiménez, Musitu y Murgui, 2005).
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