Por Alfredo Sfeir Younis

Puede parecer una paradoja proponer una reflexión respecto a lo que viene después del “desarrollo sostenible” cuando no existe la voluntad política de quererlo, la apertura en nuestro ser para entenderlo y, aún más, la entereza para alcanzarlo.  Uso el término “más allá” para que hagamos un análisis profundo del por qué avanzamos tan lentamente hacia la sostenibilidad económica, ambiental y social, y hacia la transformación de nuestra consciencia democrática y ciudadana.

Durante la campaña presidencial del 2013, escuché muchas reflexiones tanto en el ámbito público como el privado.  Unos decían “don Alfredo, vuelva en 30 años más, ya que lo que nos presenta usted está muy por delante del tiempo en que vivimos”.  Otros más condescendientes decían que “el pueblo chileno no tiene un nivel de consciencia para entender o actuar en la dirección de la sostenibilidad”.  Otros más cínicos decían “don Alfredo, lo que usted habla es muy esotérico, recuerde que estamos en Chile”.  Los neoliberales, que a menudo representan la más fuerte oposición a un desarrollo justo y sostenible, decían: “su propuesta es excelente pero no conlleva ni crecimiento económico, ni crea empleo; entienda que estas son las principales preocupaciones de nuestra sociedad”.

Nunca he creído en estas opiniones que, en esencia, responden a una gramática social impuesta por intereses de grupos sociales e instituciones convencionales que se han beneficiado y se siguen beneficiando de un estilo de ‘desarrollo’ económico que les favorece.  Este estilo de desarrollo concentra riqueza en pocas manos (ej., apropiación de la renta de los recursos naturales a través de sistemas de propiedad privada, como el agua, los recursos marinos), sacrificando las necesidades de la mayoría (que depende de estos recursos), prometiendo avances en un futuro nunca alcanzable (ej., salario mínimo digno de los trabajadores), aumentando significativamente la desigualdad social, y excluyendo a grandes segmentos de la población.  Este estilo de desarrollo, que ha generado bienestar material para algunos, en lugar de desarrollarnos, ha provocado un gran deterioro de los recursos naturales que pertenecen a todos los chilenos, socavando el potencial económico nacional, debilitando las instituciones democráticas, y mermando los fundamentos de la familia chilena.

Estos grupos, que se denominan ‘neo-liberales,’ temen que la sostenibilidad represente políticas económicas y sociales que amenacen las estructuras de poder existente, y que vayan en la dirección contraria a los intereses y visiones en que ellos ganan y la mayoría del país pierde.  También, la falta de respuestas de estos grupos es el resultado de no querer asumir una responsabilidad mayor respecto al futuro.  Es el momento de plantearse seriamente qué debemos hacer en forma colectiva, para beneficiar a todas las formas de vida que habitan en nuestro país.

Ellos hacen dos criticas fundamentales a este proyecto de un Chile de más bienestar humano, más justo y más sostenible, sobre las cuales quisiera compartir algunas reflexiones importantes.

La primera es que el desarrollo sostenible aún no es una alternativa real, factible, y positiva al desarrollo económico neoliberal de mercado.

La idea principal aquí es que los neo-liberales argumentan que un desarrollo justo y sostenible le pondría un freno al crecimiento, retrasaría el desarrollo económico actual, eliminaría fuentes de trabajo y que, además, destruiría el sistema económico actual.

Esta posición no está basada ni en los hechos ni en las investigaciones serias sobre este tema.  Mi experiencia en la práctica, y mi propuesta, es que, al contrario de esta postura, el desarrollo económico justo y sostenible trae un mayor crecimiento económico, amplia las fuentes de trabajo, protege el medio ambiente y reserva recursos naturales para las generaciones futuras.  Además, reduce la desigualdad social, empodera a la ciudadanía, y trae una mejor salud, educación y calidad de vida.

Este desarrollo justo y sostenible requiere de ajustes no solamente marginales, que no nos llevarían muy lejos, sino también estructurales en el paradigma económico y social de la nación.  Soy de aquellos que tiene clarísimo que el desarrollo justo y sostenible es una forma superior y una alternativa a los “criterios económicos neoliberales” (muchas veces mal entendidos y mal aplicados) que diseñan y deciden las inversiones y políticas macroeconómicas y sectoriales, y guían los procesos de decisión públicos y privados.  En el sistema neoliberal, los temas ambientales y sociales se transforman en “un residuo” a resolver, como un resultado de lo que arrojan los análisis económicos.  Es por eso que se habla de “impacto” ambiental y de “impacto” social.  ¡No se habla de sostenibilidad social y ambiental con un “impacto” económico!  Esto no es semántico, porque en la mayor parte de los casos, ni el impacto ambiental ni el impacto social corrigen la evaluación económica.  Desde un punto de vista institucional, lo máximo que se puede alcanzar es detener el proyecto de inversión (ej., Hydroaysén).

Pero más grave aún es lo que sucede a nivel de las políticas económicas (monetarias, fiscales, de comercio internacional, de consumo…), sociales y ambientales.  A nivel macroeconómico, ellas rara vez están formuladas de acuerdo a criterios ambientales y ecológicos.  La sostenibilidad está ausente.  Por ejemplo, los andamios reales de la reforma tributaria, incluyendo los impuestos verdes, están diseñados en su mayor parte para aumentar los ingresos fiscales y no para alcanzar la sostenibilidad.  Por otra parte, sabemos que la mayor parte de las políticas ambientales y sociales son de corte paliativo, o se formulan para “corregir” los efectos externos negativos del sistema económico de mercado.

Algo está mal y profundamente equivocado, particularmente cuando nuestra economía es una economía basada en recursos naturales y servicios del medioambiente (agua, tierra, mar, bosques, minerales…).  El objetivo final no es el crecimiento económico, sino el bienestar humano y el de todas las formas de vida que nos acompañan.

La segunda es que el desarrollo sostenible es una forma negativa de plantear el desarrollo económico y social.  Está lleno de “no”, de “oposición” al crecimiento, y de una ausencia en creación de empleos.

Esta es una crítica totalmente infundada.  Pero sí entiendo que sea posible tener esa impresión dado que para los que apoyan y se benefician del sistema neo-liberal, el considerar un “impacto” ambiental generalmente implica detener un proceso económico destructivo e injusto, es protestar por la defensa de los recursos naturales, es defender los derechos de comunidades victimizadas por ese tipo de desarrollo, es decirle “no” a los abusos y a la destrucción de los recursos naturales de todos los chilenos.  Pero, puedo entender esta postura dada la estructura comunicacional que, a veces, algunos líderes ambientales han tomado y dada la falta de conocimiento de la relación que existe entre la economía y la sostenibilidad del desarrollo.  Todo esto hace que se dé una impresión de personas o ideas negativas en relación a lo económico, derribando muchos puentes, y estigmatizando a quienes quieren, como mi persona, hacer diferentes propuestas de crecimiento, desarrollo y bienestar humano.

Para mí, el desarrollo sostenible es una manera diferente de crear bienestar humano, acumular capital (de crecer) y, por lo tanto, generar empleo.  Las fuentes de crecimiento son distintas a las planteadas por los economistas tradicionales.  El crecimiento en el desarrollo sostenible es el resultado de crear más naturaleza a través de inversiones en manejo y conservación de nuestros recursos; de invertir en proyectos y programas para la descontaminación del aire y del agua; de implementar programas de salud preventiva; de hacer inversiones en energías renovables no convencionales; de promover diferentes formas de ciencia, emprendimiento y tecnologías; de adoptar alternativas sensibles al ordenamiento territorial (espacial) y temporal (largo plazo); de mejorar la calidad (más que la cantidad) de los productos; de crear los mecanismos de extracción y conservación; de considerar el ciclo de vida de lo que producimos y consumimos; de asignar nuevos derechos de propiedad; de proponer nuevas instituciones; de promover el desarrollo del capital humano (individual y colectivamente…)

En particular, cuando dicen que “las generaciones futuras tienen derecho a una calidad de vida tanto o mejor que la de la generación presente”, esta no es una frase filantrópica o de una caridad populista.  Para que esto suceda hay que abrazar grandes inversiones en infraestructura (ej., escuelas, hospitales), crear nuevas formas de financiamiento (ej., capital de largo plazo), promover formas diferentes de desarrollo institucional, promover fuertemente la participación del sector privado y de la ciudadanía, establecer nuevos patrones de consumo y de disposición de residuos, etc.  Igualmente, el demandar agua limpia y aire no contaminado implica cambios profundos en la economía, en las formas de producción y de consumo, y de estilo de vida.

Durante la campaña presidencial 2013 se hicieron propuestas concretas para el desarrollo sostenible en Chile, muchas de las cuales en estos últimos años se han visto concretadas por países desarrollados, mostrando que no existe incompatibilidad entre el desarrollo sostenible y el crecimiento y empleo, así como también, que crece en la población de esos países, la consciencia sobre las verdaderas prioridades. A modo de ejemplo: (i) En Noruega y Suecia el modelo de reciclaje de residuos sólidos y líquidos para generar energía ha funcionado tan bien que deben importarlos de otros lugares. (ii) En Dinamarca se puso en marcha un ambicioso plan para que la totalidad de los alimentos procedan de una agricultura orgánica/sostenible y sin agro tóxicos. Entre 2007 y 2015 la exportación de productos orgánicos daneses se ha incrementado en un 200%. (iii)  Finlandia, junto a Islandia y Noruega, encabeza la lista de los países más ecológicos del planeta apostando por la conservación ambiental y el bienestar ciudadano. Ellos están conscientes de que sus mayores riquezas habitan en la naturaleza. La preservación de sus ecosistemas en una cuestión de Estado. (iv) En Copenhague, los techos verdes son obligatorios y en Francia, desde inicios de 2015, por ley, los techos deberán estar cubiertos de plantas o paneles solares(v)  En Chile hemos confirmado nuestro liderazgo en materia de energías renovables. En la última versión del New Energy Finance Climascope (Bloomberg New Energy Finance y el Banco Interamericano de Desarrollo) alcanzamos el primer lugar en inversión de energías renovables.

 

Este gran proyecto de desarrollo justo y sostenible reclama nuevas tecnologías, inversiones, innovaciones y visiones sobre nuestro futuro.  Además de un crecimiento en los empleos tradicionales, se crearán diferentes alternativas de empleo, tales como empleos verdes. Por ejemplo, el abogar por una agricultura orgánica y por una industria saludable de procesamiento de alimentos, trae inmenso crecimiento económico, generación de empleos, y salud para la ciudadanía.  Todo esto conllevaría mayores niveles de salud, educación y bienestar para todos.  Repitiendo, la sostenibilidad no es una afrenta al crecimiento o al empleo.  Por el contrario, la sostenibilidad significa generar nuevas formas de crecimiento económico (aun en su definición más tradicional) y fuentes de empleo.

Ciertamente hay otras críticas a la adopción de un modelo de sostenibilidad. 

Reflexiones. Todo lo anterior debe hacernos reflexionar y permitirnos cambiar nuestro sistema económico.  Por el momento, hacer una crítica al modelo económico es tildado de izquierdista.  Y, es así como los grupos dominantes y convencionales se atornillan al sillón del poder, y excluyen a la mayoría ciudadana de participar y beneficiarse del sistema.  Sin embargo, si no tomamos una actitud activa frente a la destrucción ambiental, veremos cómo se va deteriorando nuestro bienestar: más enfermedades del cuerpo y el alma, mayor estrés, más inestabilidad y descontento social, más destrucción progresiva de nuestros valores y cultura, etc.  Veremos cómo cae la competitividad, el crecimiento y el empleo.

Pienso que la sostenibilidad del desarrollo no es una opción más; es la única opción que nos queda.  Esto significa cambiar las definiciones tradicionales de bienestar, desarrollo, y transformación humana, de una noción individualista y materialista a una visión justa, humana y espiritual.  Este es el gran debate sobre si vamos detrás de más puntos de PIB o mayores niveles de felicidad.  El desarrollo justo y sostenible no es una propuesta esotérica, no económica, o retrógrada.  Tampoco es académica; por el contrario, es práctica y la ciudadanía lo demanda, para evitar enfermedades, tener una economía más igualitaria y compasiva, preocuparnos de los niños y jóvenes junto a las generaciones futuras, dar más bienestar a nuestros trabajadores en los lugares de trabajo, tener viviendas dignas en grandes espacios verdes, dar dignidad material y espiritual a los adultos mayores, y más.

El desarrollo justo y sostenible es sólo un comienzo, un requerimiento mínimo.  Hay que ir mucho más allá del desarrollo sostenible.  Primero, adoptar una forma de desarrollo que empodere, no desempodere, a la ciudadanía, junto a una democracia altamente participativa. Sin un empoderamiento interno y externo de quienes somos los sujetos principales del desarrollo, nada va a prosperar.  Segundo, adoptar un desarrollo consciente, es decir, de un altísimo nivel de consciencia individual y colectiva.  Esto demanda de un sistema educacional muy diferente al que tenemos ahora.  Tercero, evaluar el desarrollo en relación a los impactos que genera para todas las formas de vida y no sólo respecto al ser humano.  No podemos permitir la extinción de flora o fauna ya que esto limita no solamente nuestra transformación material sino también espiritual.

El nuevo camino en nuestra sociedad necesita ser construido en paz, en consenso, y con pasos que no desestabilicen lo que tenemos hoy.  Pero, debemos ser decididos en avanzar en la dirección acordada.  Los primeros cambios deben incluir nuevas formas de asignación del gasto público, transformar del currículo de educación, cambiar las estrategias productivas, financiar grandes inversiones para corregir la destrucción ambiental, establecer una política clara de ordenamiento territorial, cambiar los patrones negativos en la producción y procesamiento de alimentos. Todo esto junto a grandes cambios institucionales y de incentivos (ej., precios, impuestos, subsidios), para incorporar a todos los sectores de la ciudadanía en estas transformaciones.  El cambio que necesitamos no puede ser delegado a las generaciones futuras. Nuestra responsabilidad es actuar ahora.

El único temor al cambio, es no estar dispuesto a cambiar.

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