LIBRO | Del sistema solar al ADN

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Creo en la selección natural, no porque pueda probar en cada caso particular que ha transformado una especie en otra, sino porque agrupa y explica bien (a mi entender) un conjunto de hechos de la clasificación, embriología, morfología, órganos rudimentarios, sucesión geológica y distribución de los organismos.

-Charles Darwin

Las ciencias nos ayudan a entender el mundo. A atraparlo con nuestra mente. A mirarlo  con nuevos ojos. Nos abren una ventana para comprender cómo son y, en muchos casos, por qué suceden los fenómenos más simples y también los más misteriosos con que nos encontramos a diario. Desde por qué los hijos se parecen a sus padres hasta cómo se formaron las montañas y los valles o dónde están y cómo se mueven los astros en el universo. Y para eso cuentan con un arma maravillosa: las teorías científicas, esos cuerpos de conocimientos que dan sentido a numerosísimas observaciones de manera elegante y, claro, bella. Las teorías científicas nos permiten hacer predicciones sobre qué nuevas observaciones deberíamos encontrar. Y nos abren nuevas preguntas, en la frontera entre aquello que conocemos y lo que todavía nos queda por descubrir.

Sin embargo, a menudo las teorías llegan despojadas a las clases de ciencias, como si provinieran de un plato volador. Aterrizan en pizarrones, textos y carpetas como verdades reveladas que nos aclaran aquello que sabemos sobre el mundo natural. Con las mejores intenciones, las aulas se llenan de explicaciones sobre aquello que sabemos. Pero dejan de lado la dimensión más apasionante de la ciencia que es la propia construcción del conocimiento: ese creativo diálogo entre el mundo observable y el de las ingeniosas ideas que concebimos para darle sentido a lo que observamos.

Porque para comprender y disfrutar las ciencias no alcanza con que los estudiantes conozcan qué se sabe. Es igualmente importante (o incluso más, me atrevería a argumentar) que entiendan cómo sabemos lo que sabemos. Porque es ese particular “cómo” el que hace que las ciencias ofrezcan un aporte tan fundamental a la gran empresa del conocimiento humano.

En este libro Gabriel Gellon nos invita a adentrarnos en el mundo de las teorías científicas. Y lo hace de un modo muy singular: a través de historias que nos llevan de la mano por los caminos de hombres y mujeres que, guiados por su curiosidad y ganas de saber más, se aventuraron hasta los confines de lo conocido en su época.
Con su arte maestro de narrador, Gabriel nos introduce en relatos que ponen de relieve distintos aspectos centrales de las teorías científicas y reflexiona acerca de cómo trabajarlos con los estudiantes. Personajes como Charles Darwin, Dimitri Mendeleyev, Rosalind Franklin, Louis Agassiz,

Gregor Mendel y John Dalton, entre varios otros, nos van a acompañar para entender el concepto de validez, la diferencia entre los datos y las teorías, la generación de esquemas conceptuales, la acomodación de observaciones, la idealización, la elaboración de modelos alternativos y la formulación de predicciones y nuevas líneas de investigación.
Van a encontrar aquí historias sobre Astronomía, Ciencias de la Tierra, Física, Química y Biología para usar en sus aulas, listas para contar (¡y condimentar con lo que quieran!), seguidas de preguntas y actividades para trabajar con los alumnos, que invitan a seguir explorando y reflexionando.
Los relatos encienden la chispa del deseo de conocer más, de saber cómo termina el cuento. Por eso, cuando contamos historias, el conocimiento cobra vida, y ayudamos a que nuestros estudiantes vean que las ciencias son una aventura profundamente humana, atravesada por pasiones, preguntas intrigantes y el afán de comprender y transformar la realidad.
Este libro forma parte de la colección “Educación que aprende”, pensada para todos aquellos involucrados en la fascinante tarea de educar. Confluyen aquí reflexiones teóricas y aportes de la investigación pero también ejemplos y orientaciones para guiar la práctica. Porque la educación ha sido, desde sus inicios, un terreno de exploración y búsqueda
permanente que se renueva con cada generación de educadores, niños y jóvenes. Y porque, para educar, tenemos que seguir aprendiendo siempre.

Melina Furman

Del sistema solar al ADN – Gabriel Gellon COMPLETO

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